Hasta hace bien poco, Vigo era para muchos. foráneos residentes y demás, una ciudad factoría donde solo trabajar. Lo bueno estaba en su pueblo esperándoles el finde. En Vigo podía estar todo sucio. No importaba. El vigués de adopción se caracteriza por no conocer su ciudad y quejarse de ella. Sin embargo, la ciudad ha mutado en un lugar de ocio y donde vivir. Mucho más peatonal y humana. En una ciudad en auge aparecen las luces de Navidad. Que realzan Vigo. Su mejor embajadora. Y hoy las ciudades triunfan por lo que ofrecen, no por cuántas naves industriales poseen. Como es lógico, surge un grupo en Rosalía que se opone a esa fiesta. A que los niños disfruten de un inocente parque de atracciones. Porque nadie se queja de los locales de Rosalía. Ni del botellón de la Praza da Estrela. No. Tampoco veo que se levanten y pidan una biblioteca de barrio en Rosalía para estudiar tranquilamente. Vigo ya no es una ciudad dormitorio. Ciudad donde trabajar, echar la basura y escaparse al pueblo el finde. Vigo es mucho más que eso. Una ciudad histórica que quiere divertirse con control. Mientras todo el mundo disfruta de Vigo, los vigueses de adopción se van a ver las luces a Valença do Minho. Otros, a Chandrexa de Queixa.