Tras un año de penurias en la oferta cultural, los amantes del bel canto vigueses nos congratulábamos, con sana envidia, del anuncio de la espléndida programación del próximo festival operístico de A Coruña, subvencionado por Ministerio de Cultura, Xunta, Diputación, Ayuntamiento y Fundación Emalcsa.

Algunos, entre los que me incluyo, todavía recordamos las temporadas de los años 60 y 70 en las que, gracias al empeño y el mecenazgo de Camilo Veiga, pudimos admirar en Vigo lo más granado de la lírica internacional, significando a nuestra ciudad como un referente nacional. También de aquel período evocamos con nostalgia los Festivales de Castrelos en los que se disfrutaba de ópera, zarzuela y teatro de primer orden. Resulta difícil comprender por qué aquellos mimbres nunca lograron el respaldo de los mismos organismos públicos que no dudaron en gastar verdaderas millonadas en otro tipo de espectáculos también deficitarios (cuyo interés no pretendo discutir) mientras racaneaban cuatro duros al arte lírico.

Hace varios meses se lamentaban en A Coruña de la congelación de la subvención ministerial de 75.000 euros para un presupuesto total que, en 2019, superó los 600.000. Unas cantidades sin duda imprescindibles, pero que desde aquí observamos con cierta perplejidad, teniendo en cuenta que las ayudas para el festival vigués apenas suman el diez por ciento de las adjudicadas a la ciudad brigantina.

A la vista de esta diferencia de cuantías dos son las evidencias objetivas: el agravio comparativo con Vigo y el absoluto desinterés del Ayuntamiento olívico, la Diputación pontevedresa y la Xunta por permitir que esta ciudad pueda disfrutar de un festival de ópera. No será por falta de iniciativa y afición lírica. Cada nueva temporada es más patente la presencia de un público joven en representaciones y conciertos. Y no podemos olvidar el activo compromiso con la ópera viguesa de formaciones locales como la Orquesta 430 o el Coro Rías Baixas.

Con ellas ha contado la veterana AAOV, cuya actual junta directiva, en un malabarista ejercicio de gestión económica, ha conseguido articular un Outono Lírico atractivo y variado, cuya última edición (pese a restricciones y protocolos) propuso destacadas voces del actual panorama lírico nacional como Ismael Jordi, Ruth Iniesta, o el gran barítono vigués Luis Cansino. El problema es que el desinteresado esfuerzo de la casi septuagenaria asociación tiene límites presupuestarios evidentes. Mucho me temo que esta inercia se ha prolongado en exceso y, salvo sorpresas, conducirá irremediablemente a la desaparición de dicho referente societario y de la ópera en Vigo. Eso sí, aunque la política cultural viguesa no experimente ningún cambio significativo en este sentido siempre nos quedará el consuelo de viajar en AVE a Coruña o Madrid... ¿o tampoco?