Ciudadanos se dio un lujo que no se podía permitir, salvo en los países anglosajones como Canadá, donde el liberalismo peina canas. Por un lado una política veleta, o sea, de pactos con unos y con otros no bien explicados a sus potenciales votantes así como desvirtuar por completo los orígenes de la formación naranja por la cual votaron a esta, que fue la corrupción y el independentismo catalán. En este último caso, Inés Arrimadas se fue escopeteada hacia Madrid sin haber siquiera intentado presentarse como candidata a la Generalitat de Cataluña después de que su formación fuera la más votada, con un porcentaje superior al 25% del voto y 37 diputados en el Parlament en 2017. A nivel nacional, Ciudadanos se pasó durante toda su existencia deshojando la margarita de una política errática por parte de Albert Rivera, que ni con Rajoy ni con Sánchez quiso formar gobierno o en su caso dar su apoyo cuando ya habían llegado a su techo electoral. Los distintos líderes de la formación nombrados mediante politburó entraron de la misma forma que salieron sin creer desde el primer momento, salvo excepciones, en el proyecto de centro o tercera vía que ellos mismos defendían. Manuel Valls, Toni Cantó o miembros de la antigua dirección nacional. Mediante golpe de timón, se eliminó en A Coruña al cabeza de lista al Congreso y en Pontevedra lo mismo se hizo con dos concejales. Se podía seguir dando más ejemplos pero sería tedioso y aburrido, si los que vengan detrás van a seguir con esta política excluyente y personalista habremos llegado a la conclusión de por qué en España todos los proyectos de partidos de centro son un fracaso, cambiando candidatos y postulados y por lo tanto no consolidando la formación como tercera vía dentro del panorama político español y una falta total de pedagogía hacía un electorado nuevo pero también huérfano.