Miró y vio que el camino se acortaba, pero su horizonte se agrandaba, que su corazón se replegaba sin miedo a la tormenta y su mente soltaba el lastre que le había privado ver lo importante que había delante; se juzgaba y sentenciaba que no era un santo pero que había sido perdonado cada vez que tras un pecado había agradecido su ayuda para continuar adelante, y si, ya no se condenaba, porque había querido sin pedir amor a cambio y, de no haberlo tenido y haberlo necesitado, haberlo pagado; por haber ayudado al vagabundo que se cruzaba en la calle aunque a veces pasara de largo cuando no había trabajo. Ahora se veía lejos del principio pero, agradablemente, muy lejos del final.