A diferencia de Marcel Proust algunos nos empeñamos en la búsqueda del tiempo aprendido a fin de poder sobrevivir en un mundo hiperbólico con seres dominantes estrambóticos.

Estamos en un momento donde la claridad se hizo obscura, la sensatez ligera y la formación con escasa luz como para ver y propiciar un alto en el camino de la bronca.

Los objetivos no deben ser otros que luchar contra la pandemia y establecer medidas ante la recesión económica que se avecina. Sin embargo, el escenario político declina en un temerario combate donde el ruido se hace dueño de todo, no teniendo valor alguno escuchar ni dejar hacer nada útil que no sea decir un amén guerrero y continuar el

rito.

Un parlamento convertido en un mercadillo charlatán y con escaso valor en lo que se pretende vender. Un exterior con calles paralelas, unas con hambre y sin dinero para comprar y otra llena de acosos y cacerolas vacías con nada por ofertar.

A diferencia de la comedia de Oscar Wilde, no doy importancia que en este drama los políticos se llamen Ernesto, Pedro, Pablo, Teófilo, Rocío, Santiago, Espinosaurio, Choclán o Tocino, sino que al menos no se desdigan de continuo.