El 1 de septiembre de 1939, la Alemania de Hitler invadía Polonia, lo que provocaría dos días después la entrada en el conflicto de Francia y el Reino Unido, a los que posteriormente seguirían casi todos los países del mundo. La mayoría de los expertos consideran por ello esta fecha como el inicio de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la más mortífera de la historia, con decenas de millones de víctimas, la mayor parte de ellas civiles. Pero también puede interpretarse este conflicto generalizado como una reedición ampliada de la llamada Gran Guerra o Primera Guerra Mundial (1914-1918), cuyos principales agentes productores fueron asimismo las grandes potencias europeas de la época. Estas potencias rivalizaban entre sí por el dominio del mundo en pleno auge del imperialismo colonial; sus choques por la hegemonía política y económica acabaron desembocando en una guerra total, tras la cual el resentimiento de los vencidos -por las duras condiciones que les fueron impuestas- alimentó los nacionalismos extremistas que a su vez originaron la segunda conflagración mundial de cuyo inicio se cumplen ahora ocho décadas.

Hace pocos años que la Unión Europea (UE) recibió el Premio Nobel de la Paz por su contribución al mantenimiento de la estabilidad en un continente históricamente sacudido por los enfrentamientos militares. La capacidad de estos países otrora enemigos para reconciliarse y ponerse de acuerdo mediante el diálogo y la negociación son objeto de admiración y sirven de ejemplo al mundo. Europa ha vivido así ya más de setenta años de paz, solo quebrados por el conflicto de los Balcanes en la década de los noventa, que en esa ocasión, a diferencia de lo ocurrido en 1918, no se extendió fuera del territorio de la antigua Yugoslavia. El objetivo de mantener la vía pacífica y dialogada para la resolución de las diferencias es superior a cualquier interés nacionalista que a la larga pueda conducir a nuevos enfrentamientos. Mirando más allá de lo inmediato así deberían entenderlo quienes propician ahora el resurgimiento de los particularismos (por no decir egoísmos) nacionales, tanto en el mundo anglosajón como en el nuestro.Ojalá que la conmemoración de estos ochenta años sirva a todos para recordar la gran lección de la Historia.