Esa parte de nuestro país que a diario se viste de negro con la trágica noticia de que, otra vez, una mujer ha sido víctima de un descerebrado que, haciendo alarde de su machismo, sega otra vida inocente. ¿Quién tiene el derecho de marcar el destino de alguien?. ¿Qué fuerza interior le puede empujar a ser juez y parte? Estas y muchas otras preguntas se formulan cada día pero, desgraciadamente, siguen sin tener respuesta. ¿Estamos educando a nuestros hijos en las condiciones necesarias para acabar con esta lacra que nos asedia? ¿Es en el colegio donde se deben inculcar al niño las fórmulas que le enseñen a respetar a sus semejantes? Esas necesidades han de refrendarse en su propio hogar. Hoy los avances tecnológicos vienen a agravar más, si cabe, esta calamitosa situación, saliéndose del ámbito familiar y académico, para extender sus tentáculos en las redes sociales, en donde el control se me antoja mucho más complicado. Pudiendo pasar de un peligroso acoso escolar a un "bullying", con un maltrato físico y una presión psicológica que, lamentablemente, en muchos casos deriva en la agresión sexual.

Toda agresión conduce al afectado a una situación humillante acompañada de sufrimiento, seguida de un aislamiento condicionado por el miedo. El individuo va albergando en su personalidad todas estas consecuencias y a través del tiempo puede llegar a convertirse a su vez, en un maltratador, en muchos casos en su propio ambiente familiar. Los protocolos han de ser más efectivos si queremos acabar, de una vez por todas con el problema. Las autoridades han de "coger el toro por los cuernos" y enfrentarse a esta cruda realidad. De qué nos vale celebrar el 8 de marzo y el 25 de noviembre, ¿solamente para ir contabilizando el número de víctimas? Eso, desgraciadamente, ya nos lo recuerdan cada día los medios de comunicación. Esto ha de terminarse y los responsables pasar el resto de sus días entra rejas. Pero?de verdad.