Noto en mi cara el alivio de las rachas del "Nordés" mitigando el calor de un verano que, en lo sucesivo, parece ser que dejará de ser inusual. Feliz, sonrío por un día de tregua, una noche de sueño. Pero enseguida todo se trunca con las nubes oscuras de lo que anuncia el fruto de la codicia; de la venganza; de la ignorancia? Como el relámpago precede al trueno, el inconfundible olor al dolor del monte quemado precede al oscuro humo, anunciando que una casualidad deja de serlo cuando montes distantes arden avivados por las predicciones de viento o del adelanto de unas elecciones. ¿Quién lo sabe ya?? Cada verano, más tarde o más temprano, ocurre lo mismo. Mientras, la gente, inmunizada, habla de ello de la misma forma aséptica que se habla del tiempo, como si fuese algo contra lo que estamos protegidos dentro de los muros de hormigón de las ciudades, hasta que un día cuando queramos volver aquellos lugares que formaron parte de nosotros, tan solo nos encontremos con un paisaje negro como el asfalto que permitió llegar a esos indeseables que pensaban que un árbol era únicamente madera, y un monte era aquello que estorbaba para otros propósitos.