Hace años, cuando los nazionalitaristas del BNG expulsaron a Pedro Gómez-Valadés por su solidaridad con Israel, le transmití mi apoyo fraterno. Contumazmente reincido hoy en mi pecado, por así decir, a ojos de los habituales antisemitas. Asimismo, me adhiero de la cruz a la fecha con el contenido de su carta al director del 6/04/2016 ("Resposta a X. L. Méndez Ferrín") si bien deseo aportar una precisión de mi entera responsabilidad.

Me extrañó, ciertamente, como a Gómez-Valadés, que mi gran y viejo amigo Ferrín -de quien hoy día me separa casi todo salvo el grandísimo afecto que siento por él- insinuara en repetidas ocasiones, tres o cuatro, el oculto papel de Israel en la emergencia del ISIS. Me extrañó y me dolió pero ya casi nada de lo que suelta me sorprende desde el punto y hora que cree en la existencia de Breogán y además de atribuirle la construcción de una torre la sitúa en Betanzos. En fin, a otros se les da por las sirenas, las hadas o los unicornios.

No obstante, a pesar de las diferencias políticas, definitivamente insuperables, que me separan de Ferrín hay dos puntos que deseo dejar bien claros. En primer lugar, nunca permitiré, si puedo impedirlo, que se diga que Méndez Ferrín es mala persona basándose en la beligerancia de un discurso político que en ocasiones tomó partido por las malas personas y no por quienes sufrieron sus actos. Ferrín es una de las personas más buenas que conocí en toda mi vida, tiene un corazón de oro y es incapaz de hacer el mal a sabiendas. Distinto es que no infrecuentemente, en mi opinión, escriba desconcertantes insinuaciones o afirmaciones impropias de su valía.

El segundo punto es que Pepe Luis -a quien conozco desde hace cincuenta años- proviene, como yo, del Pueblo de la Revelación y está entrañablemente apegado a la herencia y mensaje profético de nuestros antepasados en su contribución a Occidente: profeta hebreo, sabio-filósofo heleno, legislador romano. Afirmo sin ápice de duda, insisto, que Ferrín es judío aunque como tantos otros (Jesucristo, Spinoza, Marx, Noam Chomsky, Chagall, Paul Celan, Rostropovich, etc.) asuma la pertenencia en perpetuo desgarro revolucionario.

Milenariamente, el pueblo judío vive, en sacrificio por toda la humanidad, en guerra civil permanente entre los supersticiosos adoradores del Becerro de Oro y los levíticos defensores de las Tablas de la Ley. Es este un momento de profunda oscuridad y desconcierto en el que debemos reconstruir en torno a las quebradas Tablas el ideal de Moisés y la fratría antigua en la lucha contra fanatismo y superstición acechantes.

Y sí, siempre con Israel.