Opinión | Tierra de nadie
¿Qué será de mí?
No estoy allí; no sé dónde está allí
Con frecuencia escucho el timbre de una puerta que no es el de mi casa, como si yo, además de en la mía, viviera al mismo tiempo en otra de la que ignoro dónde puede hallarse. Ese timbre, el de mi vivienda alternativa, suena a veces irritado, como si tardaran en abrir. Suelo imaginar una versión artrítica de mí dirigiéndose torpemente hacia la entrada para atender, por ejemplo, a unos vendedores de biblias. Me pone nervioso no ser capaz de abrir esa otra puerta, pero qué le voy a hacer, no estoy allí, ni siquiera sé dónde está allí. No puedes atender a un vendedor de biblias de Barcelona hallándote en Madrid. He dicho Barcelona como podía haber dicho Moscú, no soy capaz de situar a ese doble mío en ningún sitio concreto. Lo mismo podría ser árabe que chino. Es posible que se maneje en un idioma diferente al mío. Si nos encontráramos, tendríamos que entendernos a través del traductor de Google. Lo que sí me resulta familiar es el sonido de su timbre, un din-dong bastante convencional que debe de sonar en medio mundo.
En ocasiones, me ocurre también que estoy en el parque, sin meterme con nadie, cuando me llega un intenso olor a Camel: mi marca de cigarrillos de cuando era fumador. Observo los alrededores y no hay nadie fumando. Ni fumando ni haciendo cualquier otra cosa porque suelo ir al parque a unas horas en las que está vacío. Deduzco, pues, que el usuario de ese cigarrillo, cuyo aroma llega a mi olfato como el sonido del timbre a mis oídos, se encuentra lejos. Incluso muy lejos. Quizá en las antípodas, en Australia. Es otra versión de mí que ha salido al jardín de su vivienda a echar un pito clandestino. Ahora debe de ser de noche en Australia. Ese hombre que soy yo, da una calada profunda al tiempo de observar las estrellas. Puedo verlo si cierro los ojos, pero se trata de una reconstrucción imaginaria. El único dato real que tengo de su vida es el del olor de sus cigarrillos, un olor que atraviesa las distintas dimensiones de la realidad para alcanzar mi pituitaria. ¿Vivirá este hombre en la casa del din-dong? ¿Serán el mismo? ¿Recibirán ellos o él alguna señal de mi existencia? Quizá, pienso, cuando yo tiro de la cadena de mi retrete escuchan una descarga en el suyo.
¿Qué será de mí cuando ese otro o esos otros fallezcan?
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