Desafíos de la productividad en España: una mirada crítica

Santiago Lago Peñas

Santiago Lago Peñas

Esta semana, el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) ha hecho público un interesantísimo estudio sobre la dinámica de la productividad en España en las últimas décadas; la piedra angular para impulsar el bienestar y el crecimiento económico de las naciones.

El análisis muestra una preocupante trayectoria en este frente, evidenciando un deficiente aprovechamiento de los recursos. Esta falta de eficiencia limita la competitividad internacional, obstaculizando las ventajas de costos y frenando mejoras en renta per cápita y bienestar. Por eso, me parece especialmente oportuno que la creación de un Consejo Nacional de Productividad (CNP) en España haya sido incluida en el acuerdo de gobierno de coalición: somos de los pocos países de la UE-27 que no contamos con esta herramienta.

Fallamos en las tres componentes en los que podemos descomponer analíticamente la evolución de la productividad. Entre 2000 y 2022, España experimentó un retroceso del 7,3% en su Productividad Total de Factores (PTF), contrastando con avances en países desarrollados como Estados Unidos (15,5%) y Alemania (11,8%). Aunque tras la Gran Recesión se vislumbró una mejora modesta del 1,2% en la PTF entre 2013 y 2019, la pandemia provocó un breve retroceso del 5,1% en 2020, seguido de un reciente repunte del 2,8% entre 2021 y 2022. Por su parte, la productividad del trabajo crece a un ritmo inferior (0,7% anual) que la media de la Unión Europea (1,1%) y Estados Unidos (1,4%). Finalmente, la productividad del capital disminuye anualmente un 1,2% debido a una inversión acumulada que supera al valor añadido generado.

Entre las causas fundamentales que explican lo anterior destacan las siguientes. Entre 1995 y 2022 se observa una débil orientación de las inversiones hacia activos basados en el conocimiento, como maquinaria y tecnologías de la información. El boom inmobiliario del siglo anterior también influyó negativamente, generando excesos de capacidad en activos inmobiliarios que persisten hasta hoy. En segundo lugar, la inversión en activos intangibles, esenciales para mejorar la eficiencia empresarial, es insuficiente. España ocupa el último lugar entre las economías avanzadas, representando solo el 40,5% de la inversión total. Este rezago se traduce en un 9,5% del PIB destinado a activos intangibles en 2020, muy por debajo de líderes internacionales. Finalmente, la atomización de la estructura empresarial, las debilidades en el ámbito formativo y la excesiva temporalidad frenan los avances.

El primer semestre de 2024 debería ser testigo de la constitución del nuevo Consejo Nacional de Productividad, para enfrentarse desde el conocimiento a esta realidad poco amable, pero que podemos cambiar si nos lo proponemos.