Crónicas galantes

El fútbol, mal negocio para mujeres

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Aunque el juego del fútbol exija tan solo una pelota, hacen falta dos para ganar dinero de verdad con este deporte. Lo saben mejor que nadie las españolas recién triunfadoras en el Mundial, que era femenino y por tanto subalterno dentro del negocio del balón.

Las jugadoras de la selección cobran en su Liga un sueldo mínimo de 20.000 euros anuales, cifra de difícil comparación con los 186.000 de sus colegas varones. La diferencia es aún más abusiva si se cotejan los 650.000 euros atribuidos a Alexia Putellas, dos veces Balón de Oro, con los millones que ingresan anualmente muchos de sus equivalentes masculinos de Primera. Decenas de millones, en no pocos casos.

Nada que no responda a la ley de la oferta y la demanda. El dinero se hizo redondo para que el mundo gire; y otro tanto sucede con la pelota. Cuanto mayor sea la audiencia de un espectáculo, más grandes serán sus ingresos y, por tanto, las retribuciones de los artistas (o deportistas).

Por más que el fútbol femenino vaya ganando espacio en las teles, la distancia con el varonil sigue siendo enorme y no parece que vaya a estrecharse en un período razonable de tiempo.

Sorprende por eso que no se haya considerado siquiera la opción de que hombres y mujeres jueguen en un mismo equipo: ya sea en las ligas o en las selecciones nacionales. Ni la FIFA ni la UEFA están por la labor de aceptar equipos mixtos, por flagrante que a algunos nos parezca esa discriminación basada en el sexo. El fútbol, como el coñac en tiempos más rancios que estos, sigue siendo cosa de hombres.

"Cuanto mayor sea la audiencia de un espectáculo, más grandes serán sus ingresos y, por tanto, las retribuciones de los artistas (o deportistas)"

Alegan las autoridades del balompié que las diferencias musculares y de complexión física no permitirían jugar en pie de igualdad a señoras y caballeros dentro de un mismo equipo. Craso error.

Ahí se conoce que no entienden mucho de fútbol, deporte en el que la habilidad para el pase, el sentido del desmarque y la excelencia en el disparo a puerta importan tanto o más que fichar a un armario (salvo, si acaso, en la defensa).

Obsérvese, sin ir más allá, el caso de Messi, un jugador al que su magra envergadura y su aparente fragilidad no le impidieron llegar a ser uno de los mejores futbolistas del mundo, si no el mejor. Fue precisamente el astro argentino uno de los pocos profesionales que abogó en su día por dar más oportunidades a las mujeres dentro del hirsuto planeta del fútbol.

Privar a las chicas de una opción laboral tan bien retribuida como el negocio del fútbol –mixto, naturalmente– parece un apartheid del todo inaceptable que, sin embargo, se acepta con toda naturalidad. Incluso por una mayoría de señoras.

Nadie en sus cabales objetaría que una mujer encuentre empleo como astronauta, minera, conductora de autobús, militar o cualquier otro oficio por duro que sea, siempre que encuentre un patrón que la contrate.

Otra cosa es, al parecer, el fútbol: industria multimillonaria en la que solo pueden participar reglamentariamente por la vía segregada, subalterna y poco rentable de las competiciones femeninas. Por mucho Mundial que ganen, las futbolistas saben al ver su nómina que el fútbol sigue siendo un negocio de hombres. Y, lo que es peor: a casi nadie le parece rara esta anomalía.

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