Una acotación

La importancia de las encuestas en unas elecciones con mucho voto útil

Óscar R. Buznego

Óscar R. Buznego

El voto es la expresión más simple que cabe imaginar de un haz de motivaciones que se relacionan entre sí de una manera diversa, que puede llegar a ser muy compleja, incluso en los electores que introducen en la urna sin necesidad de pensar la papeleta del mismo partido. En todo caso, al final, hasta el votante atribulado resuelve sus contradicciones escogiendo unas siglas. Se da por supuesto que cuando elige, manifiesta una preferencia primaria, en la que se condensa su postura política. Pero no siempre ocurre así. En ocasiones entregan el voto a un partido que en principio no es su primera opción. Lo hacen porque en determinadas circunstancias, a la hora de decidir, en el elector prevalece un objetivo que otras veces era secundario. Según estimaciones hechas, en varias elecciones celebradas en España ha habido un reducido porcentaje de voto útil que, no obstante, ha influido notablemente en el resultado y en la composición del Congreso.

En las elecciones de hoy, las dimensiones de ese voto podrían ser mayores que nunca. Lo favorecen la tendencia a la concentración entre los dos grandes partidos que asumen la representación de la izquierda y la derecha, y luchan por la victoria, y la política excluyente de pactos de todos los partidos con posibilidades de ocupar escaños. Los candidatos han puesto mucho énfasis en su llamada al voto útil a lo largo de toda la campaña, haya sido para conseguir una mayoría amplia o para debilitar a sus adversarios del mismo bloque o del opuesto. Una sexta parte de los electores están resolviendo sus dudas en las últimas horas. Oscilan entre votar sin más a su partido preferido o apoyar a otro que pueda satisfacer otras expectativas, como promocionar a un líder o, por el contrario, impedir que acceda al gobierno un tercero. Hay indecisos deambulando entre los partidos mayoritarios y otros que se mueven en el interior de cada bloque. Centenares de miles de electores, o quizá aún más, se dedican estos días a realizar sofisticados cálculos sobre las consecuencias previsibles de votar a uno u otro partido, o no votar.

“La integridad de los procesos electorales esla faceta mejor valorada de nuestra democracia, pero la prohibición de sondeos es injusta, anacrónica y hoy, además, produce efectos perversos"

Es un hecho que en sistemas multipartidistas como el nuestro, el voto estratégico ha ido adquiriendo una importancia creciente, en buena medida debido a que el vínculo de los votantes con un partido, inquebrantable en una época anterior, tiende a romperse, sobre todo por parte de los jóvenes. Pues bien, la relevancia del voto útil en estas elecciones pone en evidencia de forma flagrante una anomalía de nuestro sistema electoral, minusvalorada y, sin embargo, de enorme trascendencia. La prohibición de publicar encuestas electorales en la semana final de la campaña atenta contra el principio de igualdad política, que es la esencia de la democracia. El voto iguala a ciudadanos que son desiguales en tantos otros aspectos. La ley electoral permite hacer sondeos, pero no publicarlos en el tramo final de la campaña. Así, los partidos actúan conociendo las intenciones de los electores, mientras estos, convertidos en sujetos pasivos, deben tomar la decisión privados de una información excepcionalmente valiosa, máxime si están inclinados a emitir un voto estratégico. Para este tipo de votante, tener referencias sobre lo que planean hacer los demás votantes es crucial. El temor a la manipulación del elector justificó en su momento la prohibición, pero ese peligro se ha multiplicado con ella en vigor. Los electores están ahora más expuestos a los partidos, las redes sociales y la desinformación.

La publicación en un portal australiano de un tracking diario hasta ayer mismo merece un aplauso. Los electores indecisos y estratégicos la agradecerán. La integridad de los procesos electorales es la faceta mejor valorada de nuestra democracia, pero la prohibición de sondeos electorales es injusta, anacrónica y hoy, además, produce efectos perversos. En las mejores democracias no existe esta prohibición o está limitada a mínimos. Se aprecia el valor de la información y se reconoce a los electores capacidad para discernir. Tal actitud es una señal de respeto a los ciudadanos, verdadera piedra de toque de la democracia. En algunos países, el funcionamiento de la democracia ha alcanzado un alto grado de automatismo, pero en España aún debemos esforzarnos con cada ley, en la práctica diaria, para interiorizar los valores y hábitos democráticos. Aparte todo lo que habitualmente está en juego en unas elecciones, las de hoy constituyen una buena oportunidad para revisar el estado de nuestra democracia.

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