Conmemorando el Día Mundial de la Metrología

Ana Jesús López Díaz*

El 20 de mayo se celebró el Día Mundial de la Metrología en conmemoración de la firma, en 1875, de la Convención del Metro por representantes de 17 países, entre ellos España. La Convención estableció el marco para la colaboración global en la ciencia de la medición y en sus aplicaciones industriales, comerciales y sociales. Metros, litros, kilogramos… Las unidades de medida están tan naturalizadas en nuestra vida cotidiana que nos pasa desapercibida su importancia en la ciencia, la tecnología, la economía, la salud, el medio ambiente, la industria, la política o el comercio, entre otros.

La historia de la medida es una historia fascinante que nace, probablemente, en el Neolítico con las primeras sociedades agrarias en las cuales los excedentes de las cosechas permitirían la aparición de una cierta actividad comercial y con ello la necesidad de contar y medir. Las primeras unidades se referían a partes del cuerpo como el pie o el codo y aún quedan vestigios de ello en nuestro siglo XXI; como es el caso de la pulgada, que seguimos utilizando para medir las pantallas de nuestros televisores.

Todas las civilizaciones antiguas desarrollaron sus sistemas de medida; los egipcios crearon unidades de longitud, de peso o de tiempo y eran los escribas quienes tenían encomendadas las tareas de contabilizar las cosechas y censar el ganado; así como cotejar el nivel máximo anual del Nilo para el cálculo de los impuestos o registrar el tamaño de las parcelas a fin de restaurar sus límites y demarcar las tierras agrícolas que la inundación del Nilo desdibujaba cada año.

A lo largo de la historia el control sobre los pesos y medidas fue una prerrogativa de los poderosos: emperadores, monarcas, señores feudales o gremios que aprovechaban su situación de privilegio para modificar a conveniencia el valor de las unidades que, además, variaban de un lugar a otro, siendo esta falta de uniformidad una característica en las sociedades preindustriales; en ese sentido, nuestro ferrado es una magnífica reliquia metrológica.

Los avances científicos de los siglos XVI y XVII pusieron de manifiesto la necesidad de obtener medidas precisas y comparables; además, el desarrollo del comercio y una incipiente industria en el último tercio del XVIII, se veían obstaculizados por la falta de homogeneidad en las medidas. Todo ello, unido a una nueva mentalidad surgida de la Ilustración y caracterizada por su afán racionalizador, universalista y de superación de los esquemas medievales, crearon el caldo de cultivo idóneo para el nacimiento del Sistema Métrico Decimal de manos de la Revolución Francesa y bajo el lema “Para todos los tiempos, para todas las naciones”.

Fue el impulso revolucionario, de ruptura con el antiguo régimen, el que dio el empujón final y así, el recién inventado metro, inicialmente definido como la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano de París, no fue solo una nueva vara de medir, sino que adquirió connotaciones políticas como símbolo y bandera propagandística de la Revolución.

Es interesante la contribución gallega a la difusión del metro, en la que participó activamente el ilustrado coruñés José Cornide (1734-1803) geógrafo, naturalista y humanista que, desde su puesto en la Academia de la Historia, facilitó la presentación del metro y el kilogramo entre la comunidad científica de nuestro país, venciendo las reservas del todopoderoso Godoy, favorito y primer ministro de Carlos IV, que no veía con buenos ojos esos símbolos “revolucionarios”. Sin embargo, más tarde otro gallego, Juan de Lángara, ministro de Marina con Carlos IV, envía una delegación científica a París para conocer y revisar los cálculos de la longitud del cuadrante del meridiano desde Dunquerke a Barcelona, que habían dado lugar a la definición del metro. Ve en ello una vía modernizadora para la Marina y envía a Gabriel Císcar, director de la Academia de Guardiamarinas de Cartagena y experto matemático de prestigio internacional.

Otro científico ilustrado muy ligado a Galicia fue el alicantino Jorge Juan (1713-1773) que también llegó a ser director de la Academia de Guardamarinas de Cádiz, donde fundó un observatorio astronómico, trasladado más tarde a San Fernando, hoy en día Laboratorio Asociado al Centro Español de Metrología, en el cual se mantiene y disemina la unidad básica de tiempo, el segundo. Jorge Juan había formado parte de la delegación española en la expedición organizada por la Academia de Ciencias francesa para medir el arco de meridiano en el Virreinato del Perú. La ciudad en la que vivo, Ferrol, que aspira a ser declarada por la UNESCO patrimonio mundial bajo la denominación “Ciudad de Ferrol: Puerto de la Ilustración”, es clara deudora de Jorge Juan; a él se debe el diseño del Arsenal, el planeamiento del barrio de la Magdalena como centro urbano residencial y, con carácter singular, la monumental Sala de Armas.

A fin de mejorar y completar la medida del meridiano de París, en 1806 se inicia otra expedición desde Barcelona a Formentera, en la cual participa otro ilustre matemático gallego, el lalinense José Rodríguez González (1770-1824), profesor de la Universidad de Santiago de Compostela que, además, tuvo una importante intervención en la resolución de la controversia científica sobre la forma de la Tierra. El “Matemático Rodríguez” realiza precisos cálculos sobre el meridiano de Greenwich cuyos resultados, publicados en 1812 en Philosophical Transactions, primera revista científica de la historia, editada por la Royal Society, confirman con una gran exactitud las teorías de Newton y Huyguens sobre el achatamiento en los polos. En 1819, deja Santiago para tomar posesión como director del Observatorio Astronómico de Madrid; colaborando también en la organización de la recién creada Universidad Central de Madrid, hoy Universidad Complutense, donde ocupa la cátedra de Astronomía. Cae en desgracia por sus ideas liberales y es desposeído de su cátedra, regresando a Santiago de Compostela donde fallece en 1824 y es enterrado en la iglesia de San Agustín en una tumba sin inscripción. Afortunadamente, está inmortalizado en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.

*Profesora en la Escuela Politécnica Superior de Ferrol en la Universidade da Coruña, socia de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT-GAL) y secretaria general de la Real Sociedad Española de Física