De un país

Disparates y territorio

Luis Carlos de la Peña

Luis Carlos de la Peña

En este país humilde, manso y remiso, al decir de Cunqueiro, resuenan como aldabonazos en los portones de la conciencia colectiva las palabras, en FARO DE VIGO, del arquitecto César Portela: “Hay sitios de las rías por los que no quiero pasar, me pongo malo al verlos”. Habla, claro, de la especulación, la destrucción, el desprecio al territorio que colmatan no solo las rías, pero especialmente ellas, ese ámbito privilegiado que recibe ahora la nueva oleada residencial –¿la definitiva?– de quienes huyen de las temperaturas imposibles del resto de la península.

Otro arquitecto de visión amplia, Xerardo Estévez, lleva años advirtiendo sobre el impacto del eucalipto y los aerogeneradores en el paisaje, pero también de los paseos marítimos al borde mismo del mar o asentados sobre espacios dunares y los cierres sólidos y demasiado altos de las residencias unifamiliares y urbanizaciones. No sin dolor, recuerdo la reflexión de Carlos Casares en su tránsito diario entre A Ramallosa y Vigo cuando señalaba la creciente imposibilidad de ver el mar, tapiada en ambas cunetas la estrecha carretera tendida a media ladera. A día de hoy quedaría desolado ante este muro de la vergüenza, continuo, de al menos un par de metros de altura.

Escribe Estévez en ese libro suyo lleno de sabiduría y sensibilidad, Paisajes y palabras (2012), que “para apreciar la belleza de nuestro paisaje urbanizado hay que estar lejos o estar alto, porque no resiste la apreciación próxima”. Hay quien ha dicho que mirar de lejos es idealizar y será en este estado, fruto de la ensoñación, como continuamos pregonando valores que en realidad no practicamos y contra los que muchos atentan con fruición. De esta evidencia se deriva también la sospecha o, si prefieren, la poca confianza con que se observa la urgencia de Alfonso Rueda en asumir la competencia plena sobre el litoral, abortando la oportunidad de un acuerdo positivo y bilateral. En última instancia, un gran proyecto de país que implicara en una reflexión estratégica a todos los que tienen algo que decir al respecto de la costa que queremos legar a las futuras generaciones.

En esta visión desesperanzada, pero todavía no derrotada, las opiniones de Estévez, de Portela o de Chipperfield y su equipo de RIA, son fundamentales para articular, en primera instancia, la resistencia y después la reconstrucción de la sensibilidad colectiva. Al fin y al cabo, como dice César Portela, “la destrucción se resolverá cuando se enseñe a los niños a amar el territorio y a no hacer disparates”.

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