Una de las teorías que esgrimen los defensores de la moción de censura contra Pedro Sánchez es que su trámite evitaría que transcurran más de seis meses desde la derogación del delito de sedición y que de esa forma el presidente del Gobierno asumiría el coste de su traición en las urnas. Es, en cualquier caso, más un deseo que una realidad. Se sobrevalora la firmeza de los españoles en la defensa de sus derechos constitucionales y su determinación a que los golpistas que han pactado con el Ejecutivo no se salgan de nuevo con la suya.
Me temo que Sánchez, acostumbrado a todo tipo de pillerías a lo largo de su mandato, sabe con qué clase de electorado desinteresado, aletargado e inhibido intelectualmente se la juega. Está acostumbrado a gobernar desafiando sus propias premisas y cualquier fundamento ético sin que perciba consecuencias por ello. Insistir en que es un mentiroso y un traidor es redundar tanto que la propia acusación ha perdido ya su sentido.
"Sánchez está acostumbrado a gobernar desafiando sus propias premisas y cualquier fundamento ético"
Sánchez es el primero en creer que esto ya está amortizado. Mantiene un apoyo lanar, en el mejor de los casos, de los que equivocadamente piensan que no tiene otra salida que arrojarse en brazos de quienes pretenden la ruptura en España. En ese conocimiento banal y sectario profundizan algunos de los titulares de los medios orgánicos, como el que resaltaba que fue el portazo del PP al Gobierno el que precipitó el pacto de la sedición. Olé. Claro que sí, de lo contrario el acuerdo que ya estaba fraguado se hubiera producido tan solo una semana después. El pescado estaba vendido, por razones presupuestarias y porque se trata, además, del primer paso de un proceso para ir encajando en la Constitución las reivindicaciones del separatismo catalán y vasco. No lo olviden.
El siguiente paso, de momento, es la rebaja exprés de la malversación de los recursos públicos para que el golpe del 1-O les salga gratis del todo a los golpistas condenados. Van deprisa.
