Opinión | Limón & vinagre

Josep Cuní

Paolo el pragmático

Mantiene Ferran Monegal que la base de todo canal de televisión es el ruido. Tan cierto como que el silencio en la pantalla invoca al sueño. La dulce modorra tantas veces producida por los excelentes documentales de La 2 después de la comida. O los programas considerados de culto, que pretenden mantener la esencia de la impostada intelectualidad que los defiende, pero imposibles de compatibilizar con el ritmo de hoy. O los susurros de los protagonistas de una trama grabada con sonido original para los que no hay volumen ni audífono suficientes.

De ahí a los gritos hay un tramo. Y este es el espacio que los programas viscerales han sabido ocupar exponiendo tantas frivolidades ajenas como reflejos personales, porque el cotilleo es un deporte y la rumorología su entrenamiento. Tanto es así, que cuando han sido exprimidos hasta su última gota para seguir dándole zumo al público adicto, este ha elevado las pasiones reveladas a mera anécdota y ha convertido a sus indiscretos exponentes en pura caricatura. En esas estábamos cuando se anunció el adiós del hombre que inventó su universo.

De televisión, como de fútbol, todo el mundo opina. Y valora sus contenidos, profesionales y colaboradores con la contundencia que aplica a jugadores, entrenadores y árbitros. Y como cada plano es una jugada que responde al interés por mantener a la audiencia atenta a la pantalla, la disección de sus estrellas y programas se ha convertido en lo más parecido a los trazos interpretativos que dibujan las técnicas digitales para detallar errores o aciertos de los gladiadores del césped.

Antropólogo televisivo

“No existe la televisión buena o mala. Hay la televisión que se ve y la que no se ve”, sentenció en su día Paolo Vasile (Roma, 23 de junio de 1953). Lo sabe bien porque el todavía consejero delegado de Mediaset dejó atrás sus gustos personales para hurgar en los de la mayoría de la sociedad, puesto que “si hiciera la televisión que a mí me gusta, estaría arruinado”. Para evitar lo que le sucedió a su padre y que él mismo intuyó en el cine de sus inicios, su esposa le sugirió el cambio. Y entró en el conglomerado de Berlusconi. Allí fue donde realmente pudo aplicar sus conocimientos de la antropología que había estudiado y demostrar que, ciertamente, no hay mejor terreno para investigar el comportamiento del ser humano y sus relaciones que el plató rodeado de cámaras que convierten en realidad los augurios de George Orwell.

La envidia del sector

Desde hace años, a Paolo Vasile se le ha citado mucho y casi nunca para bien. No parece, sin embargo, que esto le haya afectado en exceso, porque mientras las críticas se centraban en sus productos, él iba cumpliendo con creces las previsiones multimillonarias de su empresa, haciéndola crecer en fondo y forma. Y facturando como nadie, se convertía en la envidia de la competencia y aportaba una rentabilidad que no se ha alterado ni con la pérdida del liderazgo de Tele 5. Al contrario. Por esto, el Vasile aparentemente seguro de sí mismo, el profesional con ideas claras y propuestas concluyentes que escucha a su gente y le habla sin rodeos, que la arropa y se interesa por ella sin buscar agradecimiento alguno porque esto ya es personal, se ha sentido dolido cuando han dicho que le despedían. “Es como si fuera una venganza”, ha dicho. Es probable. El desquite de quien no acepta que Paolo Vasile nos enseñó a hacer televisión.