Una de las ventajas que tienen los CEO de las grandes empresas multinacionales, especialmente los que, como el señor Tavares, cumplen con éxito sus objetivos –además de conservar el puesto, es que sus opiniones son acogidas con respeto por la gran mayoría de los gobiernos. Cierto que hay unos pocos que lo hacen de forma heterodoxa, y que eso implica riesgos, pero de momento la paciencia del directivo portugués y el excelente rendimiento de la factoría que Stellantis tiene en Vigo constituyen una especie de parapeto, aunque cometerá un error severo quien la crea (esa paciencia) indefinida. Hasta ahora se ha limitado a avisos, si bien cada vez más serios. Sin demasiado éxito, pero eso puede cambiar.

La última de esas advertencias la remitió nada menos que a las autoridades de la Unión Europea, señalando que lo que considera excesiva oposición a los vehículos –y, por tanto, a su fabricación– térmicos en favor de los eléctricos, por utilizar en las dos definiciones el lenguaje que empleó, pone en riesgo al menos una decena de fábricas en Europa. El directivo criticó de forma inequívoca los plazos y parte de la estrategia europea acerca de la transición ecológica e hizo constar que con esa política, la Unión favorecería a la producción china y facilitaría, también en ese campo, la dependencia cada vez más notable del gigante asiático, cuya influencia es cada día más obvia en la economía mundial.

(Expuesto desde un punto de vista personal, el aviso del señor Tavares apunta a la presión que los lobbies “verdes” ejercen sobre determinados gobiernos de países de la Unión en algunos de los cuales participan las organizaciones de ese carácter. Y hay, por eso, parecido –aunque poco tengan que ver sus actividades entre sí– con lo que ya está sucediendo en la pesca. Un sector en el que los remilgos radicales de ciertos conservacionistas que pretenden ejercer en exclusiva la defensa del planeta, como si todos los demás se dedicaran a destruirlo, está creando serios problemas a la única especie que aquellos no atienden: la humana, los pescadores. En su versión de trabajadores de la automoción.

En este punto conviene matizar, para evitar interpretaciones equivocadas: las malintencionadas son más difíciles de refutar porque proceden de la voluntad de quienes manejan a sabiendas verdades a medias cuando no mentiras. Y el matiz, resumido, es que la opinión expresada no apoya que esquilmen los mares o que se contamine la atmósfera; sólo que la transición ecológica tenga plazos razonables y no olvide recursos para que, mientras se hace, las personas siguen –y han de seguir– viviendo, con sus necesidades, mientras se adaptan a los nuevos tiempos. Y es inasumible la actitud de quienes priorizan cualquier restricción al respeto que merece la especie humana. Aunque, como enseña la Historia, a veces una parte no haya merecido esa condición.

Volviendo a lo de Stellantis, hay otro gobierno que practica la heterodoxia en sus relaciones con la multinacional. Es el de España –la Xunta defiende la continuidad de la firma en Galicia, como no podría ser de otra manera–, pero más de palabra que otra cosa: es posible que pudieran existir otras posibilidades, y sería cosa de estudiarlas para evitar peligros. El más reciente es el ultimátum de Volkswagen a Moncloa por defectos en la cuestión del PERTE de la automoción, como en la factoría viguesa. Un peligro que se escenificó –para quien quiera verlo, desde luego– entre dos ministras del mismo gabinete que se contradicen al hablar de algunas peticiones financieras y materiales de la multinacional. Mientras una afirmaba que se atenderían “cuanto antes”, la otra insistía en su convicción de que algunas peticiones, entre ellas las de conexión con una red de Muy Alta Tensión “no es necesaria”. Cierto que eso no suena precisamente tranquilizador e incluso habrá quien lo juzgue aún peor, pero es marca de fábrica en este gabinete. Y lo que hay.