Nos lo ponen a huevo. Si en el patio de tu vecindad sale un trastornado a pegar voces cuando estás tranquilamente viendo la isla de las tentaciones en hora peninsular, pues pasa lo que pasa, las persianas se levantan a ver quién practica “balconing” emulando la audiencia televisiva.
El berrido del chaval dieciochesco de una residencia universitaria de Madrid no es una aguja en un pajar, suele pasar entre otras razones por la pertinaz segregación sexual cuando los colegios mixtos vienen de antiguo.
De no haber segregación, vas y le picas a la puerta del vecino, vecina o vecine –que para eso está toda la legislación sexual– y te expones a que te caiga un guantazo, todo quedaría en el pasillo. Así, en la corrala universitaria representas la ventana indiscreta del fisgón James Stewart.
El grito del chico dieciochesco fue provocado por una mezcla de testosterona, licor y algún que otro vapor. La “tradición” de soltar improperios al alto la lleva por segregación sexual está muy explotado, no cuela.
“El grito del chico fue provocado por una mezcla de testosterona, licor y algún otro vapor”
Si el chico dieciochesco hubiera activado su cerebro digital, la escenita propia de una corrala hubiera quedado en una memez, en un meme que no iba a leer nadie.
Pero no, recurre el chico dieciochesco tiró de analogía, de sus núcleos basales, tálamo y cerebelo donde se concentra el gen del lenguaje FoxP2.
Al chico dieciochesco, que ya fue expulsado del colegio universitario, se atribula con su propia genética, lía el “Fox” con el “Pedos”, este último fue quien le traiciona, embriaguez en definitiva. Es bueno beber agua, a secas.
Menos segregación y más educación sería el lema para esta aguja de un triste pajar, un centro universitario que debería revisar esa compartimentación sexual retrógrada en una cultura supuestamente avanzada, integradora y digitalizada.