Desde que Clausewitz expresó su idea de que “la guerra es la política por otros medios”, se abrió la puerta, entre otras, a la posibilidad de utilizar términos bélicos para sustituir, por ejemplo, a la aritmética en los balances de las disputas. Los simplificó de tal modo que hablar de casi cualquier cosa en conflicto se resume, al final, en palabras como “victoria” o “derrota”. Naturalmente, ninguna de las dos suele ser definitiva, porque siempre hay plazos, reacciones y demás que propician su reaparición. Pero como “ganar”, aunque sea provisionalmente, tiene importancia, y para quien lo logra es mejor que “perder”, el uso es preferente siempre que aparece la oportunidad.

Es por eso por lo que, al menos en opinión personal, cabe hablar de una victoria, siquiera temporal, de las familias de las víctimas –que también lo son– del naufragio del Villa de Pitanxo frente a la cerrazón del Gobierno central. Por si alguien no lo recuerda, 21 de sus 24 tripulantes murieron, aunque aún no se han recuperado sus cuerpos. Y dado el tiempo transcurrido desde febrero en que ocurrió la tragedia sin que apareciese alguno, puede suponerse con fundamento que todos los cadáveres están en el interior del pecio. Eso es lo que han reclamado, por activa y pasiva, los familiares: que se llegue al buque hundido y se haga lo posible para rescatar a los fallecidos y cuanto pueda ayudar en la investigación que exige la Audiencia Nacional.

Esa exigencia judicial es una victoria para las familias porque, salvo la judicial, ninguna otra autoridad competente las ha tomado en serio ya que se les negó lo que solicitaban, con incomprensible tozudez por parte de quienes habían ofrecido “hacer todo lo humanamente posible”. Ahora, los jueces le enmiendan la plana al Gobierno del señor Sánchez, a su delegado en Galicia y a no pocos que secundaron, activamente o en silencio –qui tacet dat– su actitud en esta tragedia. Y es muy poco probable que esta vez ese gobierno diga que hay “politización” o “judicialización” en la resolución de un tribunal que no parece precisamente pródigo en rechazar las posiciones atribuidas a supuestos “progres”.

Resulta preciso insistir en que lo que se considera una victoria de las familias frente a la posición del Gobierno, porque los jueces rechazan los planteamientos de la armadora y la explicación del capitán y ordenan lo que han pedido las víctimas, aunque lo hacen matizando como es lógico la “posibilidad y la utilidad”, por eso se habla de “temporal” el triunfo: porque la decisión judicial llega en las puertas del otoño, cuando la climatología en el mar de Groenlandia probablemente complicará las cosas y la complejidad del procedimiento puede todavía aportar cambios. Así y todo, alguien tendrá que explicarse, por ejemplo, desde el Ministerio de Trabajo, cuya titular se negó a responder siquiera a los familiares, según reiteró su portavoz.

Y no solo la ministra que pretende ser una Teresa de Calcuta, pero en laico, para los desfavorecidos: también los demás implicados acerca del motivo por el que no se atendió el ofrecimiento de especialistas para bajar al pecio, ni las sugerencias de las autoridades canadienses, ni las posiciones de muchos partidos –todos los gallegos–, de la Unión Europea o el trato del Rey don Felipe VI y hasta del Papa, aparte el reciente episodio de probar en una maqueta para aclarar lo sucedido. A don Pedro Sánchez no le vendría mal para su imagen –aunque sea tarde, mal y arrastro– llamar a esas personas, disculparse y explicarse. Cierto que no son como “los cincuenta selectos “interlocutores” de la charlotada del otro día, pero podría bastar con mostrarse humano ante el dolor de viudas, huérfanos, hermanos y parientes de quienes se dejaron la vida trabajando.