Ahora mismo, y a la vista de lo que viene ocurriendo ya desde hace algún tiempo, cumple insistir en la duda sobre a qué objetivos orientan su tarea los diferentes grupos de influencia en la opinión pública, incluidos, por supuesto, los media. No son pocos los que sospechan que la proximidad de las elecciones, al menos en Galicia, reactivan su actividad –la de aquellos grupos– en forma de expandir el conocimiento generalizado de los éxitos, reales o figurados, por quienes están en el poder –local, provincial, autonómico o estatal– y la protesta y la movilización, con razón o sin ella, de quienes aspiran a sustituirlos o apoyan el cambio. Algo que no resulta, en general, acertado pero que entra en la lógica de unos y otros cuando lo que está en juego es la hegemonía.

Lo malo de ese hábito es que tiende a exagerar las virtudes y los defectos y, sobre todo, mezcla y confunde la finalidad que se pretende, y que, en términos de aquí, es renovar, o no, los gobiernos locales y las diputaciones. Es imposible, por supuesto, separar la importancia y el efecto electoral de las siglas en cuyas listas se integran personas, pero a su vez es indiscutible que en el mayo gallego, los nombres y la gestión, e incluso las caras, van a tener una importancia aún mayor que las ideas políticas. Y en este lado de Pedrafita hay ejemplos de alcaldes con mayorías absolutas elegidos con votos que en otras elecciones van para otros partidos políticos lejanos o incluso opuestos al que del regidor local.

Yendo al grano, y siempre desde un punto de vista particular, es importante que nadie confunda los objetivos que se buscan en las diferentes citas con las urnas. Sin discutir, porque sería absurdo, que las que van a tener lugar en Galicia, como las autonómicas en la mayor parte de las comunidades servirán, cada cual a su manera, como prueba del nueve para determinar si las encuestas tienen algún peso, si los votos ratifican sus orientaciones o, en definitiva, confirman su relativa influencia unas en otras. Pero sin extrapolar y menos aún tratando de inducir. Intento que se puede hacer a través de las campañas o el largo periodo que aún queda para que se inicien oficialmente.

En ese sentido llama la atención, por ejemplo, las llamadas a las movilizaciones escolares en Galicia, acusando a la consellería correspondiente de falsear datos sobre profesorado. Es posible que exista malestar, pero se debería quizá a un defecto de información más que a intenciones aviesas de los responsables de la docencia. Las centrales sindicales denuncian que hay varios cuentos de profesores internos menos, y la estadística demuestra que hay unos dos mil fijos más, quizá entre ellos los temporales cuya ausencia se denuncia. Excluida, por una cuestión de decencia, la intencionalidad mutua quizá sea casualidad la llamada a “agitar el cántaro” de unos sindicatos que, en su mayoría, han estado quietos como estatuas, o casi, desde que gobierna la coalición PSOE/UP.

Lo sorprendente es que ahora las variantes á sinistra se movilizan en una comunidad, Galicia, en la que hubo y hay motivos sobrados para la protesta ante un Gobierno, el del señor Sánchez, que la ignora. Y donde se juegan el poder político local y provincial –curiosamente– el PSOE y los nacionalistas, cada cual con sus terminales sindicales, para invertir su alianza, aparte de que el PP aspire a mejorar sus cifras. Y las propias centrales, por cierto, su incidencia en el profesorado ya que dentro de pocas semanas hay otras elecciones, las sindicales. Habrá que esperar al pleno parlamentario, dentro de unos días, para saber por qué la oposición hace del comienzo de curso su primera batalla –junto a la de la sanidad– y el motivo por el que los proclamados “representantes de los trabajadores” –todos, lo que dista mucho de ser exacto: de ahí el escepticismo– despiertan ahora.