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Hoja del calendario

Relajar Cataluña

Un cúmulo confuso de circunstancias, que probablemente cristalizaron durante aquella infausta segunda legislatura de Aznar (2000-2004), llevó a Cataluña a emprender una desquiciada huida hacia adelante en pos de la autodeterminación y la independencia. Intervinieron factores ideológicos pero también, y sobre todo, sentimentales y retorcidos: la manipulación por los partidos del Tribunal Constitucional durante la fase de reforma estatutaria, la inefable sentencia que echó abajo el nuevo Estatuto, la corrupción catalana de muchos años que saltó a la luz y que salpicó gravemente al patriarca Pujol, la propia crisis económica general, etc., fueron factores que ayudaron a la reconcentración, al furor y a la ruptura brusca y descabellada.

El Estado actuó, en términos generales, como debía: aplicó los remedios disponibles y el poder judicial exigió responsabilidades en un proceso que culminó en fuertes penas para quienes habían quebrantado la legalidad. La terapia fue eficaz porque, aunque lógicamente el independentismo se mantiene, crece el consenso en torno a la idea de que solo es posible plantear sus objetivos en términos de legalidad democrática.

Una vez resuelto el problema, el Gobierno progresista ha echado lenitivo en la herida. Ha indultado a los encarcelados, ha abierto conversaciones con las formaciones soberanistas (con éxito en algún caso y sin él en otros), ha promovido la distensión para que el soberanismo, que es legítimo, se pacifique. Cataluña se ha relajado ostensiblemente. Solo Junts (la antigua CiU) sigue dando alaridos. Y la pregunta es obvia: ¿no es razonable seguir por este camino de distensión, en lugar de volver a aplicar la dureza y el rigor como pide, antipática, la derecha?

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