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La longitud de la costa viguesa… ¿Infinita?

Para entenderlo, tenemos que remontarnos a 1950, cuando los topógrafos españoles y portugueses debatían el largo y ancho del borde interestatal. Para entenderlo, volvamos al caso de medir la costa viguesa. Imagínate que viajas a la Estación Espacial Internacional (a unos 420 km de altura). Desde allí fotografías la Tierra y te das cuenta de que la resolución de la que dispones para ver los bordes más abruptos del Atlántico Norte dejará mucho que desear (¡por mucha vista de halcón que tengas!) en comparación a si te encuentras en un avión comercial, a tan solo 10 km de altura. La longitud final que has medido en el segundo caso será claramente superior, al haber ganado en resolución. Si todavía quieres más resolución (esto es, ver con más detalle), siempre puedes darte un paseo con tus compatriotas por las playas del litoral y observar las formas intrincadas y amorfas de las rocas llenas de mejillones y lapas, que solo hacen aumentar la longitud medida. Llévalo al extremo, imagínate que adiestras a unas bacterias microscópicas para que hagan este trabajo, ¡solo pueden encontrar todavía más curvas y formas más enrevesadas! Así que la longitud final depende completamente de la perspectiva con la que contabas a la hora de medir, y puede llegar a ascender hasta… ¡El infinito! ¡Wow! ¿Mi profesor de Matemáticas del colegio me ha estado engañando entonces? No, simplemente tienes unas herramientas articulando tu mente cortesía de Euclides (400 a.C.). Sin saberlo, mides las distancias imaginándote que unes punta con punta reglas rectas de tamaño infinitamente pequeño, por lo que obviamente la longitud final tiene que ser finita, en jerga matemática, convergente. En cambio, el bueno de Benoit Mandelbrot (un refugiado judío en pleno auge nazi) sumó a la idea estudiada por Richardson una década antes una nueva herramienta de medida: la geometría de fractales, y es que se diferencia de la Euclidiana en que concibe que algunas figuras pueden tener una propiedad de forma (y en última instancia también distancia medida) muy particular: no depende de la perspectiva tomada. Esta es la conocida como propiedad de autosemejanza. Así, puedes encontrarte figuras dentro de otras figuras, y otras figuras, y así hasta un incansable etcétera. Tanto era así que el propio Mandelbrot afirmaba con sorna que “la longitud de la línea de costa resulta ser una noción escurridiza que se escapa entre los dedos de los que quieren agarrarla”… a menos que cuentes con sus flamantes y extravagantes herramientas, claro. Otra parte indispensable de este nuevo kit de medida es la incorporación de la idea de que, mientras que el bueno de Euclides nos enseñaba que una línea (como un cordón de un zapato) tenía dimensión uno, y una superficie (como un terreno de cultivo de patatas) tiene dimensión dos, Mandelbrot afirma que necesitamos una dimensión intermedia (una especie de línea con superficie) para medir la costa dada su intrincada y elusiva geometría: dimensión uno y medio, toma esa. De hecho, la palabra fractal viene del latín fractus, ya que se explotaba el concepto de dimensiones fraccionarias. En resumen, los portugueses y españoles tenían motivos para creer que estaban en lo cierto a la hora de medir su borde. ¡Simplemente depende de la resolución que te permita tener tu perspectiva y tu aparto de medición! Ahora ya lo sabes, la longitud de la costa de Vigo puede albergar secretos que tienden a… ¡El infinito! Y claro, qué mejor forma de comprobarlo que empleando tu tiempo en localizar un nuevo espacio recóndito entre sus majestuosos arenales albinos.

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