Parece un hecho cierto, aunque resulten opinables sus causas, que a los gobiernos estatal y autonómicos les ha tocado, sino el “gordo”, un buen pellizco en ese sorteo de lotería en que se han convertido la inflación y sus consecuencias. Porque mientras la gente del común, y parte de la que lo es algo menos, las pasa canutas no ya para llegar a final de mes sino al día quince, las arcas públicas ingresan más que nunca entre otros motivos por la subida de precios y la terquedad de no pocos gestores en negar la evidencia y en vez de rebajar –selectivamente– los impuestos, como hacen los países europeos con líderes más pragmáticos, los aumentan, si bien en ciertos casos con un disfraz.

Esa dicotomía lleva, inevitablemente, a una reflexión: si las arcas públicas ingresan más dinero, la gente tiene cada día menos y hay datos que indican que el malestar social ya no se frena ni con la lluvia de ayudas que se anuncian, pero cuya mitad –poco más o menos– se atasca en la burocracia o no llega a los solicitantes, habrá que hablar de gestión. O, para ser del todo exactos, añadirle lo de “global” y manifiestamente mejorable, aunque suene reiterativo. Y más aún con la extraña decisión de la Xunta de suspender ayudas de las auténticamente sociales para los de verdad amenazados de exclusión. Hay que admitir que, con esa medida, robustecen las críticas de la oposición, que ya ha exigido explicaciones. Y con razón de su parte.

El déficit gestor podría denominarse como “un muy grave problema” aunque, teniendo en cuenta la reacción del país entero frente al COVID-19, que durante la época más dura de la pandemia superó incluso los efectos de una burocracia insoportable y de una pésima gestión estatal –especialmente durante el calamitoso periodo del ministro Illa– cabe rebajar la calificación a la más benigna de “manifiestamente mejorable”. Sobre todo en los servicios públicos esenciales, Educación y Sanidad, en los que las Autonomías en general, demostraron que se puede sustituir la incapacidad y dejación de funciones de algunos a base de imaginación, esfuerzo y responsabilidad.

Claro que, en cualquier caso, queda la duda de si los administradores han aprendido de cuanto ocurrió, especialmente si llega una séptima ola del coronavirus. Riesgo que, si bien más benigno, algunos expertos ven en el horizonte próximo por el creciente número de afectados. A estas alturas lo único que resulta obvio es que la salud pública exige refuerzos en todos sus frentes, pese a que hay gestos, o decisiones, que como la citada eliminación de ayudas, no aparentan encajar en el concepto de utilidad. Y se puede añadir otra: es difícil de entender el concepto de “prevención” que el Sergas acaba de adoptar de cara a un verano siempre complicado pero esta vez más que nunca.

Desde la convicción de que es mucho más fácil criticar que gobernar parece inoportuna la decisión de impedir refuerzos hospitalarios a través de los médicos de familia cara a una situación ya de por sí grave por los últimos acontecimientos. Porque se hace adoptando lo que desaconseja la prudencia que, de acuerdo con el refrán, “desnudar a un santo para vestir a otro”. Cierto es que la aritmética condiciona, pero no lo es menos que la política debe explicarse mejor para que se entienda y no añada elementos de gravedad al agobio ciudadano. Y sería útil no olvidar el consejo del monarca que recomendaba como primer deber del gobernante “sosegar a las buenas gentes” antes que crisparlas.

Puede replicarse, sin duda, que en lo sanitario, como en lo educativo, lo que hay es lo que hay, pero también es muy posible que una mejor distribución de medios, y una previsión más temprana que la que ya se hace, pudiera aliviar la situación. La solución, por más que la Xunta tenga competencias, no llegará mientras no se reforme a fondo, casi mejor “revolucione”, la cuestión de la formación de médicas/os y enfermeros/as y su posterior especialización acorde a las necesidades reales del país. Pero, mientras tanto, tampoco estorbaría la aportación, en terreno tan delicado, de ideas en positivo, para desde un esfuerzo común y cada cual en el ámbito de sus responsabilidades y capacidad de influencia, aportar a una causa que, por colectiva, lo necesita.