Galicia tiene en estos momentos 146.120 parados registrados en los servicios públicos de empleo (antiguo Inem). Sin embargo, muchos sectores claves para la recuperación, que van a recibir un gran impulso con la llegada de los fondos de la UE, padecen enormes dificultades para encontrar personal. La comunidad precisa cubrir de inmediato unos 15.000 puestos, según los cálculos de las propias patronales de los sectores más afectados por la carencia. La falta de mano de obra se multiplicará en los próximos años si a las urgencias del momento sumamos las del relevo generacional. De casar perfectamente la demanda con la oferta, estaríamos hablando de una rebaja significativa de la lista del desempleo que mostraría un retrato más favorecido de la circunstancia regional. Ninguna política interviene de manera integral frente a esta paradoja, uno de los nudos gordianos de la debilidad económica.

Más de cuatro millones de trabajadores de EE UU han renunciado a sus empleos tras la pandemia, sin inquietarles la merma de ingresos, para dedicarse a vivir de los ahorros acumulados o de otras actividades menos lucrativas y más satisfactorias que no frustren sus expectativas personales. Es lo que los expertos conocen como la “Gran dimisión” y está suponiendo un quebradero de cabeza a los empresarios porque no encuentran fuerza laboral suficiente para reemplazar las vacantes.

"Hay pocos objetivos para luchar y tan clamorosos como el de no desaprovechar ni un solo empleo. Alinearse para que las vacantes no queden sin cubrir. Renunciar a conseguirlo sí que sería la gran dimisión moral y política de nuestra sociedad"

Dicen nuestros gobernantes que no cabe extrapolar el fenómeno a España, aunque aquí también empieza a existir un enorme abismo entre las necesidades de los empleadores y los deseos de las personas que aspiran a colocarse. El desequilibrio alcanza cotas elevadas en Galicia y redoblan desde ámbitos variados las alertas. Tampoco resulta infrecuente encontrar a la puerta de muchos negocios carteles que ofrecen trabajo. A pesar de que Galicia presenta una tasa de desempleo del 11,4% –porcentaje similar al anterior a la pandemia–, ni el paro mengua a la velocidad conveniente, ni los contratos se cubren. Estamos padeciendo en alguna medida y por razones diferentes una anomalía semejante. Por jugar con la terminología, algo así como una “Gran renuncia” a la gallega, con todas las salvedades y matices.

La hostelería gallega necesita ya, en el arranque de un verano que se augura extraordinario, 2.500 camareros que no encuentra. Las compañías tecnológicas se disputan especialistas unas a otras. Ahora, para atender la producción, estarían en condiciones de fichar a 1.000 nuevos operarios. Responsables de la patronal hostelera y del clúster TIC coincidieron en avisar de los trastornos que empieza a ocasionarles la carencia de manos. No gritan solos. La construcción requiere 5.000 trabajadores para mantener el ritmo. El transporte, 1.500. El metal, como mínimo 500 para cubrir los pedidos y contratos cerrados a día de hoy y 800 de forma permanente. El lamento por este asunto que nadie escucha viene de lejos.

Estos sectores, los críticos, son, como puede apreciarse, muy diferentes entre sí y también diversos en cuanto a formación exigida y a salarios. “Paguen más”, eso espetó Biden, el presidente norteamericano, a las multinacionales de su país cuando le plantearon lo que ocurría y las complicaciones para retener talento. Idéntico planteamiento comparten por estos lares los sindicatos. Un asunto complejo que no se resuelve únicamente con dinero, ni con el recurso a lo mágico y lo milagrero. En el caso gallego, no percibe lo mismo un camarero que un soldador y tanto los negocios hosteleros como los metalúrgicos sufren para completar sus plantillas. Las causas de lo arduo que resulta captar mano de obra no son una sola, ni tampoco las mismas en todas las ramas. Detrás de la carencia, hay muchos factores. Sin seguridad, continuidad, proyección laboral y salarios acordes con los que atraer personal cualificado, sin ofertas atractivas y un horizonte de progresión, las dificultades se tornan aún mucho mayores. Y esas condiciones tampoco son idénticas en todos los territorios.

Si la sincronía entre los servicios de promoción y el mundo laboral fuera total, muchos de los parados en Galicia y en toda España estarían en condiciones de comenzar a trabajar mañana. Lo que ocurre en la actualidad es que ninguno de los pilares imprescindibles para que el mercado funcione está alineado. Los perfiles productivos que buscan las empresas van por un lado; los deseos de los trabajadores, por otro, y la propuesta de los centros educativos, salvo determinados casos, por una tercera vía ajena a ambas realidades. La enseñanza siempre ha llegado tarde para adaptarse a la flexibilidad y la exigencia, hasta el punto de que varias compañías han optado por preparar por su cuenta profesionales. De la transformación de la FP, por ejemplo, llevamos hablando lustros. Cada intento de reforma moría en la orilla. En los últimos años se han dado avances en la buena dirección pero aún insuficientes para corregir la brecha acumulada. A estos lastres suman los especialistas el efecto desincentivador de los subsidios a la hora de buscar un tajo, la desmotivación que genera la incertidumbre y la elevada rotación de oficios a que incita la escasez de oportunidades sólidas.

No existe una maldición que obligue a asumir estas penalidades como un castigo divino, eterno e inmutable. Para que las cosas cambien hay que actuar, ahora con más premura que nunca. Dejar de decir, decidir qué hacer y pisar el acelerador para ir acorde con las nuevas necesidades de empresas y mercados. Aterrizar de una vez de ese cielo etéreo de las palabras ampulosas y los propósitos bienintencionados que dan vueltas y vueltas sobrevolando las tribunas sin descender nunca a tierra. Hay pocos objetivos para luchar y tan clamorosos como el de no desaprovechar ni un solo empleo. Todos, administraciones y empresas, deben hacerlo juntos, alinearse para que las vacantes no queden sin cubrir. Renunciar a conseguirlo sí que sería la gran dimisión moral y política de nuestra sociedad.

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