A poco que se reflexione acerca del contenido de las declaraciones de algunos personajes con incidencia en los asuntos “de país”, y “de Estado”, no queda otro remedio que reconocer que, entre el dicho y el hecho, al menos en lo que se refiere a Galicia, hay no ya un trecho, sino una larga caminata. Abundan los ejemplos, de forma que –por razones de espacio– es preciso seleccionar algunos de los más llamativos, empezando por los de mayor incidencia negativa. El primero se ciñe a las declaraciones a este periódico de la ministra Maroto quien, sobre las fábricas de baterías que el Gobierno concede a Cataluña y Extremadura y le niega a Galicia, ha dicho que este Reino “puede” –sin más detalle…– ser la sede de un clúster de microchips.

(Dicho en román palatino, una hipótesis –o suposición– que a nada obliga. Del mismo modo, por cierto, que ocurrió con sus promesas para salvar Alcoa –y sus filiales de Avilés y A Coruña, malvendidas después y hoy casi difuntas– de un estatuto para empresas electro/intensivas que nunca llegó. Del mismo modo que tampoco hay noticia de qué ocurrirá aquí cuando a ocho años vista, esta comunidad deba tener abiertas al público 16.500 electrolineras para atender la demanda que se aguarda y que la ministra define como la llegada a la modernidad verde. O algo muy parecido, pero en la agenda de dichos, no de hechos. Agenda repleta de futuribles, de “quizás”, y/o “podría ser” que los citados referentes sociales utilizan para hablar de Galicia.).

Item más: el muestrario de ejemplos no se agota ni mucho menos con referencias a fuentes públicas u oficiales. Pueden recordarse unas recientes manifestaciones a FARO de un experto –sin comillas– que afirmaba la existencia en Galicia de minerales estratégicos que podrían –otra vez el potencial– significar un paso adelante extraordinario para las expectativas económicas de todo el Noroeste, especialmente si –ahora el condicional–, además se colabora con Portugal en la explotación conjunta del litio, que haberlo, haylo y aparece en el límite galaico/portugués. Casi nadie, ni en el Gobierno autonómico ni en el central parece haber tomado nota de esa cuestión, al menos para explorarla.

Sobrepasado ya, y de largo, el trecho que separa el dicho del hecho, y emprendida la caminata para ver si forman una secuencia y convergen, ha de mencionarse una muy reciente declaración de dirigentes de la industria eólica, que reiteran que este es el momento para dar un impulso definitivo a esa actividad, que a medio plazo contribuiría no ya a reducir la dependencia energética de Galicia, sino a convertirla en exportadora de electricidad. Y si se conectasen en un tiempo razonable, mediante un gasoducto, por ejemplo los puerto del Atlántico con el resto de Europa, el horizonte no solo sería menos gris sino probablemente bastante más despejado de lo que hasta ahora se viene augurando por muchos de los “adivinadores”. Incluso por los especialistas.

Cuanto precede, que dibuja el desbarajuste que este Reino percibe –sobre todo la gente del común: a la otra, instalada en el confort, apenas la afecta– entre los dichos y los hechos, debiera formar parte, junto a bastantes otros casos, de una agenda paralela que solo contuviese promesas incumplidas y reivindicaciones añejas y desatendidas por los gobiernos centrales que han sido. Y que las fuerzas políticas, sociales y económicas de Galicia no alcancen un punto de encuentro para reclamar soluciones ahora que llueve el maná de los Fondos Europeas y hay una oportunidad, es una vergüenza. Y casi una traición.