La meritocracia es un mecanismo muy útil para que un grupo u organización de cualquier tamaño funcione bien. La recompensa al esfuerzo y la competencia entre los miembros conducen al cumplimiento de objetivos. Además, permite a quienes, por cuna, han tenido menos suerte y no cuentan con los recursos y amparo de otros. Sin embargo, la meritocracia no es el único mecanismo que se utiliza, no es el mejor en todos los casos y nos resistiríamos a que su aplicación fuese en plenitud.

Por ejemplo, las políticas de discriminación positiva matizan el criterio de la meritocracia porque somos conscientes de que existen diferencias de dotación de partida que colectivamente deseamos corregir. Personas con alguna discapacidad o colectivos que han sido objeto de discriminación histórica no juegan en igualdad. Y el criterio de meritocracia debe ser corregido para nivelar la competición.

El nivel socioeconómico de los padres condiciona la capacidad de los individuos y, por tanto, el resultado de la meritocracia. La solución sería internar a todos los niños en su tierna infancia, al más puro estilo espartano, para igualar diferencias sociales. Las herencias son un factor fundamental a la hora de explicar desigualdad en renta y riqueza. Pero, en general, no estamos dispuestos a renunciar a estar con nuestros hijos ni a abolir la institución de la herencia. Una educación pública de calidad y el impuesto sobre sucesiones y donaciones emergen como alternativas. Aunque esto nos lleva a los apasionantes y acalorados debates sobre las teorías de la justicia social.

La lotería genética también es un factor relevante. Y estamos en un momento en el que podemos revelarnos y alterar esa lotería, de forma que el despliegue de la meritocracia. Aunque eso nos conduce a complejas discusiones sobre bioética que no hemos resuelto.

Sería un disparate abandonar la meritocracia o argumentar que no existe en España. Pero también lo contrario: reivindicarla como la única solución posible y no reconocer que existen desviaciones de todo tipo; algunas de ellas muy discutibles. Sentidiño, análisis riguroso y actuaciones públicas guiadas por buena filosofía política deben marcar el camino.

*Director de GEN (UVigo) y del Foro Económico de Galicia