Justo ahora que invertimos tanto tiempo haciendo propaganda en redes, de una vida extraordinaria que no tenemos, fui a ver una película que solo vende vida normal. Cuando salí del cine estaba convencida de que pocos columnistas se resistirían a escribir sobre ella y así fue, muy pocas. Disfruté leyendo y compartiendo cada artículo, resistiéndome a escribir sobre el mismo tema para evitar el efecto rebote que provoca la saturación.

Sin embargo, mientras escuchaba las opiniones ajenas, tenía la sensación de que los 104 minutos que yo había visto iban de otra cosa. Nada extraño. Tampoco los que ven el mismo partido suelen tener una visión idéntica de cada jugada.

Así que finalmente he caído en la tentación vanidosa de contar de qué va (para mí) “Cinco lobitos”: Va de ser una niña y convertirte en madre. De no saber. De que tu proyecto idílico de jugar a las casitas, regular. De sacar para arriba un recién nacido que no tiene hora buena. De correr a casa de tus padres para preguntarles cómo lo hicieron ellos y acabar descubriendo que ellos tampoco tenían ni idea. Va de querer mucho a una persona al mismo tiempo que tienes el instinto de despedazarla con un serrucho unas cuantas veces al día. De cuando has elegido bien y todo va mal. Va de cuando pierdes un poquito el norte y tu enemigo acaba siendo un niño de dos años que le manga juguetes a tu hijo en el parque.

Va de nuestras madres. Aquella generación del aguante. De que su máxima preocupación cuando se acercaba el final era que tu padre se quedara bien atendido, que le pusieras una señora un par de horas a la semana, y recordarte, por supuesto, que las escrituras de la casa estaban en el segundo cajón de la mesita o dónde guardaba el listín con los teléfonos importantes.

Va de hombres que quieren. Aunque lo hagan de pena. De pedirles a gritos que estén pero sin dejar mucho hueco. Va de personas que creen haberlo dado todo, pero pensando cada una que su todo fue más grande y que sus errores rebosaban buena intención mientras los del otro eran injustificables, propios de un cretino. Va de esos años en los que cuidas a tus padres y a tus hijos al mismo tiempo mientras tratas de no volverte loca, mientras lloras pensando quién te cuida a ti.

Va de que todo eso pasa. Y de que ahora, aquello tan intenso, son solo vídeos donde aparecen risas, tardes de parque y muchos primeros días de colegio. De volver a verlos cuando tus padres faltan y tus hijos viven fuera y darte cuenta de que quizá fuiste feliz sin saberlo porque estabas demasiado ocupada.