Acertaron en la Comunidad de Madrid al otorgarle a José Luis Garci una medalla. Aunque, como dijo Leonard Cohen a propósito del Nobel de Dylan, premiar la carrera de este cineasta sería como celebrar la altura de una montaña. Sin duda, Garci hizo mucho por la industria cinematográfica en España. Pese al incomprensible olvido de algunos y al obsesivo desprecio de otros, fue él quien, con Volver a empezar, logró el primer Óscar para una película en español (no solo para una producción española). Fundó también la revista “Nickel Odeon” y presentó un programa de televisión pionero y culto que despertó unas cuantas vocaciones y en el cual muchos encontramos un refugio, un coloquio al que volver una y otra vez cuando nos quedábamos reviviendo momentos de las películas mientras aparecían los títulos de crédito.

Pero Garci es, sobre todo, un cinéfilo que contagia con su entusiasmo y un pensador lúcido que nunca ha dejado de descubrir a los clásicos. Garci es un espectador que mantiene todavía esa indispensable mirada infantil que nos permite recurrir a las películas para encontrar en ellas nuestra “vida de repuesto”. Escribe los artículos y los libros acerca de lo que ama y conoce con sencillez y elegancia; sus textos parecen transcripciones de unas felices sobremesas de las cuales uno sale siempre con ganas de hacer algo. Habla como escribe y escribe como habla. Una conversación con él se convierte irremediablemente en una pieza literaria. La compilación de entrevistas que concedió Garci a diversos medios forman un libro, publicado por la editorial Notorious, que uno ha de tener a mano cuando pierde la esperanza. Hay en él mucha inteligencia y mucho amor por el cine, por el arte, por la vida. Son las reflexiones de alguien que lo ha hecho y ganado todo pero que habla como si le quedara todo por hacer y todo por ganar.

“Es un espectador que mantiene todavía esa mirada infantil que nos permite recurrir a las películas para encontrar en ellas nuestra ‘vida de repuesto’”

Algunos medios ignoraron a este director por no encajar en determinados espacios mediáticos y políticos. Algunos críticos le acusaron de autocomplacencia y ensimismamiento por exhibir una memoria edulcorada de los años sin libertad, por negarse a salir de su paraíso perdido. Olvidan unos y otros, sin embargo, que, como ocurre con Tarantino, con él todo pasa por el cine; los recuerdos de la infancia se entremezclan con los planos de Lo que el viendo se llevó, las calles se decoran con la efigie de Ethan Edwards y perderse el No-Do resulta un contratiempo porque entonces no podrá ver un reportaje sobre “Sugar” Ray Robison. Hizo cine sobre la Transición durante la Transición e introdujo a través de El crack el cine negro en la Gran Vía (y viceversa). Se inventó con Antonio Mercero una obra de terror insólita (La cabina) y se interesó por los clásicos de la literatura española (Galdós, Pérez de Ayala, etc.). Colaboró con los mejores del mundo, desde Gil Parrondo hasta Saul Bass, y consiguió reunir en un solo film, Tiovivo c. 1950, a una suerte de selección nacional de los repartos. Garci considera que el casting es una humillación para los actores y que Stephen King merece el Premio Nobel. Es un cowboy de medianoche que valora la importancia del Dry Martini y extraña la época de los grandes hoteles. Como para no quererlo. O no premiarlo.