Uno de mis amigos tiene una novia increíble desde hace poco y está que no se lo cree. Dice que engaña al mundo y que va a quedarse muy quieto a ver si el orden y el equilibrado natural de las cosas no se percata del error y le deja con ella un ratito más. Supongo que debe ser el punto más alto del enamoramiento, cuando la otra persona te parece un puro espectáculo, tanto, que estás convencido de burlar al universo cuando te mira.

El otro día se me ocurrió sugerirle algunas ideas porque el cumpleaños de ella se acerca y presumía que quizás estuviera perdido y no supiera cómo acertar. Le mandé incluso fotos desde un par de tiendas, de vestidos, gafas de sol, complementos en general. Me contestó tajante: Cómo voy a regalarle algo así, tiene que ser algo divertido, tiene que reírse. Justo uno de mis hijos acababa de mandarme por whatsapp una canción de Wos: “Ahora recuerdo la primera vez que te reíste/Y las ganas que me dieron de que se me ocurra un chiste/Cómo van a convencerme de que la magia no existe”.

Siempre me resultó curiosa esa creencia de que si una mujer se ríe todo va bien. No quiero desengañar a nadie, la risa funciona, aunque en ocasiones nos reímos por educación o porque la estupidez ha sido tan brutal que mejor reírse y evitar el mal trago de decirle que ni pizca de gracia, que los graciosillos son irritantes.

De todos modos, funcionan más cosas además de la risa. Igual es bueno ampliar el repertorio porque con una sola pieza en el tablero difícilmente basta. Funciona la risa por complicidad, igual que las miradas o ciertas frases; cualquier cosa que te haga saber que eso solo tiene sentido contigo. Funciona una mano en la espalda justo antes de pensar que la necesitas. Funciona que te hable de emociones, de libros, de cine, de lugares, pero sin convertirlo en una retahíla de datos curiosos que a nadie le importan lo más mínimo. Funciona que sepa decir cosas tristes sin inspirar pena y que su conversación encuentre un punto intermedio entre un haiku y una épica. Que conozca la diferencia entre algo romántico y cursi, entre un detalle oportuno y uno forzado, entre ser atento y hacer el paripé.

Funciona que cuando te enfades quiera entenderlo y no sofocarte como si fueras un incendio. Entenderlo y solo después pedir disculpas sin añadir peros. Sin incluir la coletilla de “mi intención era buena”, porque solo faltaba. Funciona que te haga sentir relajada pero no muerta, bonita pero no una tarta, diferente pero no rara. Que tenga una forma impagable de observar la vida y también de improvisarla. Que siga creyendo que engaña al mundo y que después de muchas penas todavía tenga el convencimiento de que, si te ríes, todo va bien.