Una buena noticia –para ser exactos, una perspectiva tan necesaria como esperanzadora, pendiente de confirmación– es la que acaba de publicar FARO acerca de un posible acuerdo acerca del precio de la carne. Y es que, al igual que ocurre con la leche, Galicia es probablemente la comunidad más afectada por el hecho de que algunas industrias, y/o sus intermediarios, incumplan la ley y adquieran el producto por debajo del precio de mercado. Y eso. Desde hace demasiado tiempo.

Parece que la reivindicación del sector lácteo, que no puede sonar más razonable –que se cumpla la ley con los debidos controles–, va a ser asumida también por los ganaderos. No parece, normalizar la situación, una tarea demasiado complicada, ya que a todos beneficiará, salvo a quiénes han estado birlando los intereses de la parte más débil, que son los titulares de las explotaciones con los que se emplean a veces métodos que recuerdan a los que usaban algunos terratenientes con los jornaleros sobre la remuneración: “o lo tomas o lo dejas”.

El método, a pesar de las distancias en el tiempo, lo “resucitan” ciertos poderosos grupos, no todos extranjeros, para dominar el mercado al menos en cuanto a la oferta. Eso es lo que, por ejemplo y en el marco de la noticia que publicaba este periódico, entre otros se ha comprometido a liquidar el responsable gallego de Medio Rural, don José González, que no es hombre de medias palabras: cuando habla se le entiende y, además, procura cumplir. A ver si hay suerte, porque el objetivo no puede ser más conveniente para Galicia. Ni más justo

Conste que una de las incógnitas –sin despejar– probablemente más antiguas es el motivo por el cual lo que al agricultor o ganadero, por ejemplo, le pagan a cincuenta céntimos en origen, los ciudadanos han de pagarlo a diez, o más, en el mercado. Ocurre que cada vez que alguien se pone a reflexionar sobre lo que parece un misterio, se pierde en vericuetos propios de la economía de trueque que de los modernos sistemas de cotización: la “cadena” que une al campo con el punto de venta final es demasiado larga y llena de nudos.

En resumen: el víacrucis recorre pago inicial, transporte, negociador o intermediario, mayorista, minorista y cliente. Y hay que dejarse de teorías : algo pasa cuando ese laberinto es el que más tiempo lleva vigente y sin aparentes cambios, por mucho que algunos se hayan puesto a la tarea de despejarlo de trampas. Incluso podría decirse que el único oficio que soporta el paso de las épocas y resiste tanto las democracias como las dictaduras, es ése, el de intermediario. Lo que tiene su mérito cuando se hace de forma razonable y normativizada: lo otro se llamó estraperlo. Acabar con él, aunque se camufle, es otra de las deudas que tiene pendientes el medio rural. Y ya es hora de que se pague.