La pandemia nos ha enseñado las consecuencias de una altísima movilidad intercontinental sobre la fragilidad global cuando se combina con un virus de alta propagación. También nos ha mostrado lo esencial de las relaciones sociales y el contacto físico; y la importancia de tener unos servicios públicos bien armados. La guerra de Ucrania añade elementos complementarios a la percepción del marco en el que vivimos.

El primero es que la guerra sigue siendo una posibilidad; incluso en Europa y en países desarrollados. El segundo es que somos es que somos extraordinariamente interdependientes. La pandemia nos lo mostró con las mascarillas y otros suministros sanitarios; la guerra, con la energía, las semillas o los cereales. En cuestión de días, un ganadero de Lalín o un camionero de Chantada han sufrido las consecuencias de una guerra al otro lado del continente. El tercero es que la descarbonización de la economía, necesaria para combatir las catástrofes asociadas al cambio climático, es un reto mayúsculo. Nuestra dependencia del petróleo y el gas natural sigue siendo extraordinaria.

En cuarto lugar, el sector del transporte en España muestra unos problemas estructurales graves que hay que afrontar cuando la tormenta escampe. La extraordinaria atomización del sector hace que la mayoría de los empresarios sean, en realidad, camioneros autónomos sin capacidad de negociación con quien contrata sus servicios. Y cuando no se tiene capacidad de negociación, los precios acaban reducidos a cubrir los costes, en el mejor de los casos, o a trabajar con pérdidas, en cuanto algún elemento de la ecuación se altera. Dicho en pocas palabras y como ejemplo, no es posible ni razonable que un paquete pueda cruzar toda España en 24 horas por cinco euros, como pasa hoy. Ni estamos retribuyendo cómo corresponde a algún eslabón de la cadena logística, ni se están teniendo en cuenta todos los costes externos (contaminación, congestión). Toca hablar de precios mínimos, pero también de la potenciación del tren como medio de transporte para mercancías o de la regulación de la distribución del comercio on-line puerta a puerta.

Finalmente, tener el déficit público bajo control en tiempos ordinarios es lo que te da margen para reaccionar cuando viene mal dadas. Nosotros no tenemos la capacidad de transferir cientos de euros a todos los ciudadanos como van a hacer en Alemania, que sí tiene su déficit y deuda bajo control. Por eso es obligado concentrar esfuerzos en las ramas productivas más afectadas y en los hogares más vulnerables. Me preocupa mucho la alegría con la que algunos hablan de rebajas de impuestos generalizadas con un déficit estructural que se sitúa hoy por encima de los 60.000 millones de euros. Lo que tenemos que hacer es empezar a pensar en posibles combinaciones de incrementos de ingresos y reducciones de gasto; sin caer en la ilusión de que será suficiente la necesaria lucha contra el fraude tributario y la obligada mejora en la eficiencia del gasto.

*Director de GEN (UVigo) y del Foro Económico de Galicia