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Salvador Fraga opinador

Trabajo rico en manos de trabajo pobre

¿Está la arquitectura herida de muerte? Me pregunto esto ante la Ley de Calidad de la Arquitectura que se va a debatir próximamente en el Parlamento. ¿No es raro: de calidad? Lo que hoy se sabe es que nuestras constructoras y arquitectos han traspasado fronteras, y lo que hoy se cree es que su calidad le abrió el camino. ¿Está en riesgo la calidad? ¿Algo serio amenaza a la arquitectura?

Imposible no recordar. Van allá cerca de 15 años desde aquel chasco decisivo. La quiebra financiera de 2008, un fraude a gran escala que hizo migas el mundo de la construcción, arrojó el ladrillo a los infiernos de la culpa y, ¡oh pobre arquitectura misma! pasó de estrella a yacer estrellada. De aquel trastorno somos hoy su desvanecida consecuencia. ¿Por qué? ¿Qué pasaba en aquél entonces en torno a la arquitectura? Estudiemos, calendario en mano:

Lección de 2002: el Parlamento Europeo y el Consejo, resueltos a defender el medioambiente, exigen a los Estados miembros acciones enérgicas cara a un uso racional de la energía; la Directiva relativa a la eficiencia energética en los edificios iza una bandera muy exigente. Obviando la retórica, algo aún casi inexplorado, un desafío para los jóvenes profesionales animosos y cualificados. Un acercamiento de las pautas al saber, la seriedad y el compromiso: al trabajo rico. De lo contrario, de poco serviría exigir.

Lección de 2006: el Código Técnico de la Edificación (en desarrollo de la Ley de la Edificación) filtra a través de un muy puntilloso tragaluz normativo el enorme saber enciclopédico de la construcción. Una criatura gigantesca en materia de seguridad y habitabilidad que crece y crece. Demanda un trabajo metodológicamente muy preciso, de rigor sin límites, responsable. Es decir, requiere trabajo rico. De lo contrario, de poco serviría exigir.

Lección de 2007: un buen día, el Plan Bolonia se anima con una tarea pendiente, poner al día los vericuetos de la educación superior europea. Se orienta a ajustar los contenidos de la oferta a las necesidades reales de la sociedad, de la economía. Un juego obligatoriamente rico en valores. Y si la misión es hacer útiles los conocimientos, nada más coherente que asegurar a la nueva generación apetecibles salidas laborales de trabajo estimulante. De lo contrario, semejante esfuerzo sería una gracia, se echaría a perder.

Lección de 2008: cae el castillo de naipes. De improviso, al mundo financiero se le atraganta su propio festín y la caída desde la majestad de su cumbre es explosiva. La onda expansiva asesta el golpe de gracia a la construcción ¡El vértigo quedó servido! ¡Hubo pánico! A partir de ahí el trabajo vivió esclavo de recuperar aquella efímera riqueza perdida, aquella ficción. Se institucionalizó el trabajo sin contrapartida económica proporcionada. El resultado resultó indecible: trabajo pobre.

Los hitos analizados, los hechos, hablan por sí solos. Vemos como el colapso se produce justo cuando el trabajo cualificado, en alza, es ya un haz de luz que ilumina el paisaje laboral. A partir de ahí, con la dureza de los tiempos, llega el correctivo. El trabajo queda tensionado en una doble dirección: hacia arriba se le pide excelencia, hacia abajo se le pide dieta. La retribución se hunde. El precio de la calidad se paga con trabajo pobre. Un continuo ir y venir de manos que entregan alegrías y reciben penas.

"No se trata de cambiar el fiel de la balanza sino el sistema de pesas. Allí donde hay excelencia, está sin duda la oferta más ventajosa. Donde están las bajas, hay gato encerrado"

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En tan crítica situación, irreverentemente, la Ley de Contratos del Sector Público sentada en la cabecera de cada mesa de contratación, impasible, en labios de su articulado, como un poema religioso, prioriza las bajas económicas sobre la calidad, y así, impone: trabajo pobre. Solemne trabajo pobre para despachos y obras. Semejante proceder, en una ley de su distinción, por lo pronto, revela un serio problema cultural y de apreciación económica.

No se trata de cambiar el fiel de la balanza sino el sistema de pesas. Allí donde hay excelencia, está sin duda la oferta más ventajosa. Allí donde están las bajas, hay sin duda gato encerrado. Por ello, el deseo más vehemente en una Ley de Calidad de la Arquitectura es que pudiendo tratar de tú a tú, de igual a igual con otras leyes, actúe en las mesas de contratación como dique de contención que evite ver la calidad arrollada, una y otra vez, por los ardides económicos.

Alejemos cualquier equívoco: no falta calidad, sino reconocimiento. La nueva ley proclama entre sus fines la protección del principio de calidad, ¡ojalá salga bien avituallada para el duro repecho que tiene por delante! La arquitectura, un espejo dinámico de la sociedad: pronto nos dirá.

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