Se dice que el Oeste, tal y como se había reflejado en el cine durante la edad de oro del género, concluye con ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ en 1962, cuando John Ford, en una de sus películas más complejas y personales, no solo anuncia el fin de una época, sino que, además, propone una interesante reflexión sobre cómo las naciones suelen fundarse con la ayuda de una serie de mentiras, transmitidas de generación en generación, para proporcionarle un sentido mítico a su accidental existencia. “Si la leyenda se convierte en un hecho, imprime la leyenda”, le dice el periodista al senador Ransom Stoddard, cuando este último reconoce que usurpó la identidad del verdadero héroe, Tom Doniphon, quien, al ser interpretado por John Wayne, representa también un arquetipo que trascendió lo puramente cinematográfico para convertirse en un símbolo nacional.

En realidad no importa quién apretó el gatillo sino quién debió haberlo apretado para que la historia que nos hemos contado cobre el significado que le queremos dar. Que sea un reportero, además, y no un novelista, el que manifieste ese desprecio por la verdad tampoco es insignificante. La leyenda, para que permanezca, ha de imprimirse junto a otros hechos, atribuyéndole de ese modo el prestigio de la veracidad. El senador encarnaba el progreso, la civilización y el estado de derecho. Era la democracia estadounidense, con su separación de poderes, expandiéndose por territorios en los que antes las armas impartían justicia. Era también, por tanto, el héroe necesario, no como Doniphon, un pistolero asilvestrado de un mundo ya extinguido que generaba demasiadas incomodidades en aquel nuevo relato que se pretendía implantar.

"Se proclaman protectores de algo (de un concesionario o de una nación) y salen como pistoleros en el viejo Oeste para poner las cosas en su sitio"

Existen algunas conexiones entre Kyle Rittenhouse, el joven que mató a dos personas en las protestas de Wisconsin (y que acaba de ser absuelto de todos los cargos) y la muchedumbre que asaltó el Capitolio. Además del infantilismo y la simpleza que desprenden, observamos cómo todos ellos anhelaban inicialmente participar en un acto heroico. Rittenhouse quería defender unos negocios de coches y los asaltantes del Capitolio decían que iban a evitar por la fuerza que se produjera un fraude electoral. Pocos estaban preparados, sin embargo, para asumir las consecuencias. Es un rasgo característico de este perezoso y confundido vigilante. Se proclaman protectores de algo (de un concesionario o de una nación) y salen como pistoleros en el viejo Oeste para poner las cosas en su sitio. Luego caen rendidos ante la evidencia de su disparate, transformado ya en tragedia (sufrida siempre por los otros), y son exprimidos por unos tipos que los utilizan para sus causas particulares como si fueran unos muñecos al servicio del poder (político y mediático). John Ford, en ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, contó la historia de dos hombres valientes que se enfrentaron al crimen utilizando unos métodos muy distintos. Ahora los héroes se construyen en algunas televisiones gracias a la cobardía, al fanatismo y a la ignorancia. Ahora, para algunos, el héroe es el criminal.