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De El Ama a La Pontevedresa

La mejor etapa comercial de las gaseosas y los sifones transcurrió a mediados del siglo XX, con el reemplazo de las nuevas marcas por los nombres personales (y 3)

Flotilla de camionetas de gaseosas El Ama. Foto: Archivo particular.

Una pequeña revolución sacudió el mercado de las gaseosas y los sifones durante los años 50, y una década más tarde las fábricas alcanzaron su máxima ebullición. Una modernización del proceso industrial impulsó su comercialización a mayor escala, y una publicidad cada vez más agresiva hizo el resto.

De El Ama a La Pontevedresa

Pontevedra no estuvo al margen de aquel tiempo nuevo, donde las clases medias se aficionaron al consumo diario de vino de mesa o a granel con gaseosa y sifón en todas las comidas. El vino sin embotellar se compraba habitualmente en envases de gaseosas de litro en tiendas y bares vecinos.

A las reputadas fábricas de Santos, Demetrio, Feijóo y Cima, se unieron otras más modestas y beneficiadas por ese crecimiento exponencial en el consumo. Por ejemplo, Manuel Fernández Sousa en Mollavao, y Consuelo Calvete Villar en Lérez. E incluso se montó por estos pagos una pequeña fábrica de tapones de gaseosa a principios de los años 50.

Al frente de las fábricas de Santos y Feijóo se pusieron las siguientes generaciones: Manuel en aquella y Eduardo y Jaime en esta. Uno y otro Feijóo nunca se entendieron bien; eran muy distintos y combinaban tan mal como el agua y el aceite. De forma que ambos siguieron en el mismo negocio, aunque por caminos divergentes y bien distantes.

Eduardo regentó una fábrica en la avenida del Uruguay, un poco más abajo de la primera que tuvo su padre, y logró un gran éxito con el refresco denominado Fis-Fas, “la bebida del desierto”. Su padre ya había comercializado el primer Tri Naranjus en los meses anteriores a la Guerra Civil.

Por su parte, Jaime se hizo cargo primero de gaseosas Cima, hasta que después optó por cambiar de aires y montó una fábrica en la calle Cataluña de Vigo. El salto que dio más tarde a Esclavitud, en las afueras de Santiago, supuso su espaldarazo definitivo a mediados de los años 70. Allí levantó una imponente planta embotelladora, prima hermana de otra instalada en Chapela; ambas comercializaron sus tres especialidades: blanca, naranja y limón.

Medio siglo después, la planta de Esclavitud conserva todavía hoy el nombre y apellido de Jaime Feijóo como sinónimo de garantía, y además de los anteriores refrescos también fabrica otros nuevos con sabor a manzana y cola.

Por su parte, Demetrio Martínez continuó al pie del cañón hasta el último suspiro en 1957, disfrutando mucho a la puerta de su negocio en la calle César Boente del enorme trasiego que generó arriba y abajo la nueva plaza de abastos. Su único hijo José Luís tuvo claro desde el primer momento que aquello no era lo suyo y cuando llegó el momento, empezó a buscar el mejor comprador posible. Ese hombre fue su competidor y amigo Manuel Santos Villar, ya muy rodado junto a algunos de sus hermanos en la fábrica abierta por su abuelo.

José Luís recuerda hoy desde su casa en Perpiñan que Manuel pagó la fábrica en cómodos plazos, tal y como acordaron al formalizar la compra-venta. “Siempre se comportó -asegura- como un señor”. Santos mantuvo el nombre y la actividad de la fábrica de Demetrio Martínez durante algún tiempo en paralelo a la suya propia, hasta que decidió cerrarla y absorber toda su clientela.

Entonces se encontraba en plena efervescencia otra fábrica colindante con la trasera del Garaje Puig por la Virgen del Camino, fruto de la asociación de dos buenos amigos, Leoncio Feijóo y Jacinto Peleteiro, bautizada con las iniciales de sus apellidos: Peife.

Con media docena de empleados y los legendarios isocarros como vehículos de distribución, Peife no marchó nada mal durante unos cuantos años, según el mentado Peleteiro, que vive para contarlo. Él recuerda ahora con especial simpatía una campaña de Navidad que apadrinó el gobernador civil, Rafael Fernández Martínez, cuando recibieron el encargo de embotellar con máxima urgencia una sidra que bautizaron como “La moza”. “Hasta los amigos echaron una mano -dice riendo- porque no dábamos abasto”.

Al igual que Demetrio Martínez, también Peife acabó absorbida de común acuerdo por Manuel Santos, cuando los nombres propios dieron paso a las marcas comerciales tras la implantación de La Casera a escala nacional, en competencia directa con La Revoltosa y La Pitusa.

Por esa razón, Gaseosas Santos se transformó en El Ama, y los hermanos Celestino y Jacinto Peleteiro se asociaron con Manuel en 1963 para montar otra planta en O Carballiño, aprovechando la implantación de Peife, que había llegado a vender allí 200 cajas diarias. La inauguración de aquella fabrica se convirtió en un acontecimiento social, con el desplazamiento de numerosos invitados desde Pontevedra. Cuando El Ama echó el cierre, en su solar de Loureiro Crespo se levantó la sala de fiestas Equus.

Después de El Ama llegó El Caballo Blanco, fábrica que Felisindo González de Dios levantó en una zona sin urbanizar entre la Rúa Nueva de Abajo y la Biblioteca Pública, donde sobre la hierba aún se clareaba la ropa de las casas más próximas. Las gaseosas y los sifones de El Caballo Blanco fueron igualmente populares, y las pandillas de chavales de la Rúa Nueva de Arriba y Abajo, que disputaban su primacía en aquel territorio, mantuvieron alguna que otra guerrilla a sifonazo limpio por cuenta de la fábrica vecina.

Inaugurada a mediados de 1965, La Pontevedresa fue la última fábrica, solo de gaseosas pero de no sifones, que entró en funcionamiento durante aquel período memorable. Jorge González Martínez promovió la empresa con el apoyo de sus padres, Emérita Lago y Manuel Pérez, en un amplio solar ubicado en la calle Loureiro Crespo, de unos 2.000 metros cuadrados.

La nueva fabrica se dotó de la maquinaria más moderna del mercado nacional: desde una llenadora automática mediante cintas transportadoras y filtros purificantes, hasta una taponadora igualmente mecanizada. En eso llevó ventaja con respecto a sus competidoras ya conocidas. Y comercializó tanto la botella de litro de cierre automático, como la benjamina de tapón corona.

“La Pontevedresa, la gaseosa que preside la mesa” fue el eslogan que hizo fortuna, con una coletilla que decía: “Sola o con vino es deliciosa”. Incluso llegó a realizar una campaña publicitaria con premios bajo su tapón a presión.

Luego, Coca-Cola, Pepsi-Cola, Mirinda, Kas, etc, contribuyeron mucho a cambiar el gusto popular. Entonces las gaseosas y los sifones pasaron a mejor vida. Sin embargo, cuando parecían un refresco del pasado, tanto las claras (cerveza con gaseosas) como los tintos de verano (vino con gaseosa), resucitaron su popularidad entre los jóvenes. Ese capítulo aún está abierto.

Las 134 fábricas de la provincia en 1960

Las fábricas de gaseosas y sifones aportaron en esta provincia unos pingues beneficios a sus avispados propietarios, especialmente en los años 50 y 60, cuando alcanzaron su mejor época comercial. Esta aseveración corrobora con conocimiento de causa Jacinto Peleteiro Otero; no en vano trabajó en el gremio durante aquel tiempo y ahora vive con el recuerdo indeleble en su casa de la calle Rosalía de Castro. “Las gaseosas y los sifones -cuenta con una sonrisa nostálgica- eran un buen negocio sin duda, porque había mucha demanda y el proceso de elaboración resultaba bastante económico. Algunas veces nos veíamos negros para atender una demanda tan grande”. Una Memoria estadística correspondiente al año 1960 y realizada por la Organización Sindical, ofrecía una atinada radiografía sobre la actividad del gremio en la provincia de Pontevedra, que resulta muy oportuna y enormemente ilustrativa sesenta años después. Nada menos que 134 fábricas funcionaban entonces; es decir que cada municipio pontevedrés contaba al menos con una, cuando no con dos, tres o incluso más, como ocurría con Vigo y Pontevedra. Esas industrias empleaban un total de 572 trabajadores; es decir una media de cuatro por cada una. Este dato refleja bien la simplicidad del negocio, la mayor parte de las veces dentro del ámbito exclusivamente familiar. La producción global de las fábricas pontevedresas aquel año fue de 16.753.513 litros de gaseosas y sifones: 12.048.548 litros de gaseosas comercializadas en envases de un tercio de litros (38.845.644 envases pequeños) y 3.108.165 sifones en envases de litro. Don Jacinto subraya hoy con tino que lo más costoso en la fabricación del sifón era su envase, de cristal grueso con el artilugio de extracción, que tanto llamaba la atención de los niños por su potente chorro. Dentro únicamente contenía agua carbonatada, y su explosión accidental por efecto del gas imponía un enorme respeto. “Era como una bomba”, recuerda Peleteiro. La citada Memoria estimaba el valor total de dicha mercancía a pie de fábrica en 45.474.000 pesetas, cantidad que elevaba hasta las 70.729.507 pesetas tras sus ventas a los consumidores en los mercados. Una cantidad en suma de cierta importancia hace sesenta años. Y había otro dato final no menos relevante: el montante económico de las fábricas pontevedresas solo equivalía a una cuarta parte del negocio registrado en Barcelona, provincia líder en España. Sin embargo, Pontevedra sumaba más del doble que las otras tres provincias gallegas juntas, A Coruña, Lugo y Orense. Este detalle reflejaba de forma inequívoca el gran desarrollo que adquirieron entonces las fábricas de gaseosas y sifones en esta provincia.

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