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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Ya no vamos a salir de casa

Amazon acaba de comprar a buen precio la Metro Goldwyn Mayer, engullendo de un bocado al viejo león de la Metro. El propósito algo paradójico del magnate Jeff Bezos consiste en que la gente deje de ir al cine y se quede en casa para ver películas por la tele. Con o sin virus, seguiremos encerrados en el salón.

La propia Amazon había disuadido ya de salir de compras a mucha gente, sin más que ofrecerle un catálogo imbatible de productos a domicilio. Ahora le llevará también a sus clientes el cine a la sala de estar, probablemente sin pasar siquiera por las salas de estreno. No es la única. Netflix, HBO, Apple y otras vienen afanándose ya en eso desde hace tiempo, con no poco éxito de público.

Se confirma así que la revolución tecnológica en curso es una cuestión de orden doméstico. Todo se podrá -y deberá- hacer desde casa a golpe de tecla del telefonillo móvil o del ordenador.

Incluso el trabajo, ese tesoro, será un asunto hogareño. Cierto es que mucha gente sigue encontrando aún el curro por los métodos analógicos de toda la vida. Es decir: gracias a un pariente o a alguien que conoce a alguien que a su vez sabe quién puede conceder la gracia de un empleo.

No es menos verdad, sin embargo, que esas técnicas ancestrales van dejando paso a la búsqueda en las redes profesionales de internet, donde es más fácil y rápido conocer gente. Del mismo modo que Amazon no deja de ser una versión actualizada de la viejísima venta por catálogo, también el capital de relaciones que facilita el hallazgo de empleo se hará por LinkedIn o cualquier otro portal especializado.

Trabajar, comprar, conseguir pareja y hacer que el cine y la comida del restaurante vengan a casa es ya un hábito que, en buena lógica, no parará de generalizarse en los próximos años

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Los que ya tienen ocupación, por supuesto, van a trabajar también desde su domicilio, si las exigencias de su oficio lo permiten. La pandemia ha servido de ensayo general del teletrabajo para lo que vendrá en un futuro que ya casi es presente,

Tampoco hay que salir de casa para establecer relaciones de afecto. Aunque las discotecas reabran tras la pandemia, la gente seguirá ligando por medio de las celestinas de internet que ofrecen de todo: desde un revolcón rápido en Tinder hasta webs especializadas en buscarle pareja a cualquiera. Hay páginas para treintañeros, para maduros e incluso para gentes de mucha edad que buscan el último lío.

Trabajar, comprar, conseguir pareja y hacer que el cine y la comida del restaurante vengan a casa es ya un hábito que, en buena lógica, no parará de generalizarse en los próximos años. Si acaso, los más voluntariosos saldrán a echarse unas carreritas por el vecindario y a tomar los vinos y cañas en los bares que aún sobreviven al recogimiento domiciliario, cuando menos en los países latinos.

Para todo lo demás nos iremos encerrando voluntariamente mediante la práctica del cocooning, que viene a ser el placer de vivir en casa. “Cocoon”, el título de la película de los años ochenta que da nombre a esta tendencia, es palabra inglesa que significa “capullo”; pero tampoco hay por qué sacar conclusiones apresuradas de eso.

Del amor por el cocooning ya dio fe, en realidad, el viejo chiste del moribundo al que un cura se empeñaba en consolar con la idea de que “pronto estarás en la casa del Padre, hijo mío”. “Sí, lo que usted diga”, le replicaba el vicemuerto, “pero donde esté la casa de uno…” El futuro, en fin, es doméstico en la era de la domesticación.

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