Dicho en pocas palabras: al paso que va, a la “nueva realidad” que anunció don Pedro Sánchez –parece que a partir de 2050, porque la de ahora, y la inmediata, suenan a dejà vu– también podrá incorporar algún que otro elemento dramático, al menos como hipótesis. De acuerdo con la información que viene de publicar este periódico, y que procede del Plan Nacional de Emergencias, Galicia es la zona del norte con mayor riesgo de sufrir un tsunami, que antes se llamaba maremoto. Es posible, pero no probable, de modo que ha de tomarse como tal, y punto.

A la vez, hay que situar la cuestión en su marco lógico: el de la previsión de acontecimientos derivados de la propia naturaleza. Es el resultado de un trabajo serio que cumple su objetivo de advertir de riesgos que pueden prevenirse, pero no establecerse el momento en que se producirían de darse las condiciones para ello. Quizá por eso el Plan no aporta demasiados detalles ni va más allá de instrucciones genéricas acerca de qué hacer en el supuesto de que ocurra lo que nunca ocurrió aquí. Pero, como dice el refrán, “más vale un por si acaso que un quién lo pensara”.

Expuesto lo anterior, y para no dejar nada en el tintero, habrá que convenir en que –hasta ahora– en asunto de emergencias, los planes elaborados aquí por quien corresponda no son precisamente factores que generen confianza. Una de ellas, aún en activo, es el COVID-19 y a pesar de los avisos de la OMS en noviembre de ese año y de las pruebas chinas en enero siguiente, ya se vio lo que ocurrió en marzo: ni caso en la práctica totalidad de los países del planeta. Y en España algo muy parecido, solo que con mayor retraso que otros en la respuesta. No es crítica: es un hecho.

Ya puestos, y sin ánimo de crear alarmas innecesarias, conviene no olvidar –y eso sí es una crítica– la cadena de sucesos que afectaron en la costa gallega a buques con cargas peligrosas en los que, a pesar de la secuencia, no pareció que existiesen planes adecuados. Desde el Casón al Prestige hay nombres que no se olvidan. Ni los daños que causaron y la alarma que provocaron en la población. Tenerlo en cuenta, aun sin establecer comparaciones, es también un ejercicio de memoria histórica que puede contribuir a corregir los errores que se cometieron.

Ítem más. Este periódico ha informado en su momento acerca de las dudas que a nivel autonómico planteaban algunas previsiones oficiales sobre emergencias, por ejemplo para desbordamiento de ríos o rotura de presas. Y, más allá de cruzar los dedos –y ya ni se diga acerca de los tsunamis– tranquilizar a un país entero no se logra con silencios administrativos o planes que desconoce la población en general hasta que ocurre un episodio que justifica cualquier alarma: el sosiego deriva de que cada cual sepa qué hacer si lo necesita, y para conseguirlo nada hay mejor que la información oportuna, seria y completa desde la autoridad.

¿No...?