Mi admirado amigo, el filósofo Jorge Álvarez Yágüez, escribía hace unos días en Faro de Vigo sobre nuestra responsabilidad en la pandemia. Y acertaba de lleno al incidir en que hemos entrado en una era de la civilización (el Antropoceno) en la que nuestro impacto sobre el planeta, intencionado o no, es más que notable. La pandemia que vivimos no es un accidente exógeno; como no lo es el cambio climático. Lo que nos ocurre depende de decisiones colectivas previas sobre cómo nos organizamos y actuamos; decisiones que afectan también a otros procesos que nos preocupan, como son las crisis financieras globales, los efectos de posibles accidentes nucleares masivos, o los flujos migratorios descontrolados y desordenados provocados por enormes desigualdades en desarrollo y bienestar entre los países.

La noticia positiva es que, como especie, tenemos amplio margen para cambiar las cosas, si dejamos que la política reocupe su lugar. En el fondo, no es algo totalmente novedoso. Ya lo hicimos cuando optamos por construir Estados modernos y se desarrollaron los Estados del bienestar a escala nacional para domeñar los aspectos negativos del sistema capitalismo de mercado; en el plano de la distribución de la renta, de las externalidades negativas (la contaminación) o de las relaciones laborales. Nos quedamos con lo bueno del capitalismo y el mercado, que es mucho; pero construimos un entramado institucional que nos protegía de lo malo.

Pero estamos en una nueva fase determinada por la globalización que ha agitado el tablero. La explosión de los movimientos internacionales de personas, mercancías y capitales y la interrelación con países con estructuras de gobierno muy débiles y permisivas, que permiten saltarse las restricciones que siguen operando dentro de los países más desarrollados, nos obliga a dar pasos decididos hacia una gobernanza global en muchos ámbitos.

Necesitamos una OMS con capacidad financiera para financiar investigación sobre virus; y “autoritas” para dictar cierre de regiones o prohibición de actividades de riesgo. Necesitamos una ONU que intervenga de forma decidida y a escala global para frenar el cambio climático. Necesitamos estructuras de gobernanza reforzadas para prevenir crisis financieras globales, impulsar un desarrollo más equilibrado, o evitar coladores fiscales a gran escala. Necesitamos líderes que hagan todo esto posible.

*Director de GEN y del Foro Económico de Galicia