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Óscar R. Buznego

La ruta del PP

El dubitativo discurso de Pablo Casado frente a un Gobierno que necesita un fuerte impulso

Circulan rumores de una inminente crisis de Gobierno que Moncloa, sin desmentirlos, ha aprovechado para advertir que en todo caso la decisión al respecto será adoptada en exclusiva por Pedro Sánchez. Se espera un ajuste de calado en la composición del ejecutivo y la sustitución de varios ministros inoperantes o consumidos en su gestión. La coalición de izquierdas, en su configuración inicial, parece haber llegado al final de una etapa, cuyo balance presenta más sombras que luces. Las notables discrepancias existentes entre los partidos de la mayoría parlamentaria no han puesto en peligro su continuidad, pero sí han restado coherencia y eficacia a su actuación. Los problemas se acumulan en todos los frentes y el Gobierno, en efecto, necesita centrarse y un fuerte impulso.

La actitud del electorado, además, ha cambiado el panorama político de forma sorprendente. Las elecciones autonómicas celebradas en esta legislatura y las encuestas recientes registran una tendencia persistente a la pérdida de apoyo electoral de los dos partidos de izquierdas. El dato, sumado a la incapacidad del PSOE para recuperar a los votantes infieles o atraer a otros nuevos, y a la incertidumbre que pesa sobre el futuro organizativo y electoral de Podemos, adquiere una relevancia especial. Los madrileños han brindado al PP la oportunidad que su dirección andaba buscando de volver a disputar con posibilidades una victoria electoral que le aúpe al gobierno. Tras la caída de Rajoy, el PP se vio contra las cuerdas, hostigado por la izquierda, acechado por el centro y desafiado por la derecha radical. Después de un trienio y dos derrotas en las urnas, sin contar los peores resultados que obtuvo en las catalanas y las vascas, reina sin discusión en su espacio político. Ciudadanos se ha desmoronado de manera pasmosa y Vox, aunque mantiene el respaldo de un segmento amplio de exvotantes populares, da la sensación de que no va a seguir creciendo y habrá que ver cuál es su evolución si el PP se confirma como alternativa en los próximos meses.

Nada hay que convenga más al sistema político español que la aportación de una derecha democrática y competitiva, papel para el que en su día fue concebida UCD por algunos de sus creadores y que hoy aspira a representar el PP. Ha sido así, desde la Transición, por las mismas razones que en cualquier democracia, solo que en la nuestra lo sigue siendo, si cabe, de modo más acuciante. El PP es un partido demócrata y constitucionalista, sería insensato dudar de ello, pero no siempre ha cumplido con las expectativas. Se ha mostrado remolón a la hora de enjuiciar nuestro pasado autoritario, desdeñó la corrupción cuando su implicación era flagrante y ha ido al choque con los nacionalismos periféricos, particularmente en el ejercicio de la oposición. Ha pagado por todo un alto precio en imagen pública, votos y frustraciones políticas. Sin embargo, la joven dirección que comanda el partido no ha aprendido la lección. El asunto de la “kitchen” en el fondo es de una enorme gravedad y el esfuerzo por negarlo será inútil. Aparte que el riesgo de un conflicto interno no puede servir de justificación para la actitud esquiva del PP. Y su reacción ante la previsible concesión del indulto incurre en un viejo error.

El objetivo debe ser que los independentistas defiendan su opción política dentro del orden constitucional y con respeto al estado de derecho. Ese es el punto de encuentro. El estado español no puede desfallecer en el empeño de imponer la ley y, por tanto, de garantizar el derecho de los secesionistas a expresarse. La cuestión catalana no se resuelve convirtiendo una protesta contra los indultos en un acto de intolerancia hacia los independentistas. El presidente del Gobierno tendría que hablar con Pablo Casado antes que con Aragonés, si quiere que Cataluña no provoque una división más profunda en la sociedad española.

La coyuntura política ha dado un giro favorable al PP. En la crisis con Marruecos, ante la imputación de Cospedal y a propósito de la política catalana, las declaraciones de sus dirigentes son dubitativas. Pablo Casado se enfrenta a un Gobierno en apuros, ha tomado distancias en relación con Vox, está recibiendo el apoyo de los votantes de Ciudadanos, pero entre Ayuso y Feijóo no ha conseguido aún tener un discurso propio y afianzar un liderazgo firme en su partido y en la derecha.

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