Hace unos meses escribí una columna sobre la importancia de contar con una confederación de empresarios activa y bien liderada, que sea faro e interlocutor social, que colabore en la gestión colectiva de una sociedad golpeada por una pandemia y que necesita de reformas y acuerdos. La elección de Juan Manuel Vieites permitió, al fin, abrir una nueva etapa.

Hoy escribo sobre el otro lado, el de los sindicatos; la contraparte necesaria de la confederación de empresarios. La realidad es que en Galicia contamos con una estructura sindical sólida. En su conjunto, con buenos liderazgos y equipos técnicos capaces. Además, organizaciones con visión política; esto es, que entienden que su labor no es solo la defensa de los derechos laborales. En un país tan descentralizado como España y con la capacidad de autogobierno con la que contamos en Galicia, sería un error que los agentes sociales no ambicionasen participar en la definición de políticas públicas autonómicas o no ayudasen a resolver problemas y conflictos que van más allá de lo laboral. Los sindicatos tienen que estar también ahí. Y hacerlo de forma constructiva, como ellos saben hacer: la cultura del pacto entre empresarios y sindicatos es algo que deberían abrazar los responsables políticos más a menudo.

Mi amigo Ramón Sarmiento, secretario xeral de CCOO de Galicia hasta hace unos días, es un excelente ejemplo anterior de esta dualidad funcional e intelectual. Ha sido capaz de combinar, con brillantez, el activismo en las reivindicaciones laborales, la negociación con la Xunta sobre acuerdos que iban mucho más allá y la participación activa en la búsqueda de soluciones a los serios desafíos a los que se enfrenta una parte de industria gallega muy afectada por el proceso de transición energética y ambiental. Y, en todo ello, convertirse en una referencia para mucha gente fuera de su sindicato.

Ramón es hoy un activo valioso para Galicia que no podemos dejar que se deprecie por falta de uso.

*Director de GEN (UVigo)