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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

Limpieza étnica

Escuché el otro día a varios políticos y diplomáticos israelíes, entrevistados por televisiones occidentales, expresar la angustia de haber pasado la noche anterior junto a sus hijos en un refugio antiaéreo por miedo a los misiles lanzados desde la franja de Gaza.

Uno comprende tal angustia, pero se pregunta si los entrevistados no son capaces, a su vez, de entender la humillación y los diarios sufrimientos de decenas de miles de miles de palestinos tanto en Gaza como en los territorios ocupados.

No parece ser ese el caso, a juzgar por el tono siempre desafiante y el odio de sus palabras, que se limitaban a defender la existencia del Estado de Israel como patria exclusiva del pueblo judío.

¿No les preocupan lo más mínimo los reiterados informes, no ya de las organizaciones palestinas de derechos humanos, sino de otras tan poco sospechosas como Amnistía Internacional o Human Rights Watch?

Informes en los que se vienen denunciando, año tras año, los abusos cometidos con un pueblo que lleva siglos viviendo en esas tierras y que, desde la creación del Estado judío, se ha visto cruelmente desposeído de sus derechos.

¿Les dejan totalmente fríos las consecuencias del bloqueo ilegal de Gaza, la sumisión de sus dos millones de habitantes a un castigo colectivo con el bloqueo aéreo, marítimo y terrestre del territorio, algo que prohíbe expresamente el derecho internacional humanitario?

El pueblo palestino se ha visto desposeído de sus derechos

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Bloqueo que sirvió para impedir la entrada allí de materiales de construcción y combustible, lo que desembocó en una mayor reducción del suministro de electricidad cuando más falta hacía mantenerlo por la pandemia del COVID-19?

¿Nada tienen que decir quienes, dentro y fuera se limitan a defender a Israel, de la detención arbitraria de miles de palestinos, de las torturas y malos tratos infligidos incluso a adolescentes y que quedan casi siempre impunes?

¿Nada, del desplazamiento de cientos de miles de palestinos desde la misma creación del Estado de Israel, de la destrucción de sus casas y sus centenarios cultivos, de la demolición de estructuras dedicadas a fines humanitarios?

¿Nada tienen que decir tampoco de la fuerza excesiva de la policía israelí, de los homicidios o asesinatos de personas en las masivas protestas contra los asentamientos ilegales?

¿Nada, de la reclusión en prisiones israelíes de cientos de palestinos de Cisjordania o del Jerusalén ocupado, en abierta violación del derecho internacional humanitario, que prohíbe trasladar a los detenidos al territorio de la potencia ocupante?

¿Nada tampoco, de los rodeos de kilómetros que han de hacer diariamente tantos palestinos para acudir a sus puestos de trabajo porque se les prohíbe utilizar las carretas construidas por quienes ocuparon ilegalmente sus tierras?

Se oponen no solo a la presencia de árabes musulmanes, sino también de cristianos en Israel

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Rodeos que, junto a los continuos controles, dificultan enormemente también su acceso a las clínicas y hospitales, algo todavía más grave en medio de una pandemia?

¿No equivale todo lo que sucede actualmente en Jerusalén oriental, – la amenaza de nuevos desahucios en el barrio de Sheij Jarah- a una operación de limpieza étnica destinada a asegurar también allí una mayoría judía?

Porque no se trata de acciones aisladas con ayuda de la justicia israelí, sino de una campaña promovida por partidos o grupos sionistas de extrema derecha como Otzma Jehudit o el movimiento Lehava, que se opone no solo a la presencia de árabes musulmanes, sino también de cristianos en Israel.

Y cuando vemos que ocurre todo esto y mucho más, ¿qué hacen la Unión Europea y los Estados Unidos de Joe Biden? Criticar la violencia de ambos lados, como si fueran igualmente responsables, y hablar una vez más del proceso de paz. ¡Uno está ya harto de tanta hipocresía!

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