La conocida obra de Baltasar Gracián “El Arte de la Prudencia” contiene 300 reflexiones breves sobre lo que constituye para el autor nada más y nada menos que un arte –esto es un conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer algo-, como es la prudencia: “Templanza, cautela, moderación” y “sensatez, buen juicio”, (acepciones 1 y 2, según el Diccionario de la RAE).

Los que lean con cierta asiduidad mis artículos habrán comprobado que no son pocas las veces que recurro a la sabiduría de este jesuita aragonés de nuestro Siglo de Oro para apoyar mis razonamientos en alguna de sus máximas de la experiencia. En alguna otra ocasión, reúno varias de ellas para construir una determinada reflexión sobre un tema que considero interesante. Esto es lo que haré en este caso, en el que reflexionaré sobre los tres siguientes aforismos que comenta el autor: el 49 “Ser hombre juicioso y observador”; el 47 “Huir de los asuntos difíciles y peligrosos; y 40 “Don de gentes”.

Seguiré el orden que acabo de reseñar, y no el del propio Gracián, por dos razones. La primera es que tengo la impresión de que sus máximas carecen de sistemática. No responden a un orden lógico, sino que constituyen pensamientos expuestos uno detrás de otro sin responder a un esquema previo en el que se agrupen los aforismos por temas o se sistematicen siguiendo cualquier otro criterio. Y la segunda es que el orden que sigo responde mejor que el numérico que se utiliza en el libro a la sucesión causal de las cosas. Y ello porque soy de la opinión de que si se es juicioso y observador, se huirá de los asuntos difíciles y peligrosos, hecho lo cual es más fácil adquirir don de gentes.

Considera Gracián que el hombre juicioso “manda en los objetos y no los objetos en él”; sabe trazar con perfección la anatomía del talento; y “entiende y valora la esencia de cualquiera con solo verlo”. Y refiriéndose a la cualidad de observador añade que es un gran descifrador de la más oculta interioridad; observa con rigor, piensa sutilmente, e infiere con juicio; agregando que “todo lo descubre, advierte, alcanza y comprende”.

Con respecto a esta reflexión, mi experiencia de la vida me permite afirmar, de una parte, que no se trata de dos características que hayan de darse necesariamente juntas en las personas, de tal modo que las muy juiciosas son muy observadoras, ni la falta de una supone la carencia de la otra: las poco juiciosas no son observadoras. Es verdad que para ser juicioso hace falta tener la suficiente información y que una de las vías idóneas para informarse es observar. Pero no creo, insisto, que se trate de dos cualidades que concurran siempre y de manera simultánea en las personas. El estereotipo del “sabio distraído” permite asegurar que hay sujetos muy juiciosos, que por eso mismo, son sabios y que, sin embargo, actúan sin darse cuenta cabal de lo que sucede a su alrededor.

Gracián sostiene también que huir de los asuntos difíciles y peligrosos es una de las primeras tareas de la prudencia

Gracián sostiene también que huir de los asuntos difíciles y peligrosos es una de las primeras tareas de la prudencia. Añade que las grandes inteligencias dejan un camino libre antes de los momentos críticos y que llegan a una decisión tras mucho pensar porque es más fácil evitar el peligro que salir de él. Y concluye que el que camina a la luz de la razón va siempre muy atento al caso: considera mejor incluso no arriesgarse que vencer y que si encuentra un necio imprudente evita que con él haya dos. Estas reflexiones que son certeras, en general, lo son especialmente en política.

En efecto, como dijo Tucídides, “para el gobierno son mejores los ingenios tardos y moderados que los agudísimos y veloces”. Actualmente, estamos en plena tempestad, pero no podemos quedarnos al abrigo del puerto y dejar de cruzar el mar. Curiosamente, el hecho de no navegar, aunque sea contra la corriente, puede hacer que naufraguemos. Es verdad que no es momento de maniobras audaces, ni tiempos para la temeridad, pero tampoco para quedarse a resguardo de la tormenta. Al contrario hay que pertrecharse con el coraje de la prudencia y navegar aunque sea contra corriente. Y ello porque como también escribió Quevedo, “el prudente sabe juntar muchas conjeturas de cosas para sacar un juicio cierto”.

La tercera cualidad a la que alude Gracián es el “don de gentes”. Afirma el autor que conseguir la admiración general es mucho, pero todavía lo es más ganar el afecto. Añade que para ello no basta con tener excelentes cualidades, aunque se precisan, pues es fácil obtener el afecto con una buena reputación. Hay que hacer el bien con las dos manos, tener buenas palabras y mejores obras, amar para ser amado. Y finaliza diciendo “primero hechos y después palabras: ir de la hoja de la espada a la del libro, pues también los escritores tienen un don y es eterno”.

Pues bien, si seguimos las pautas anteriores sentadas por Gracián y, en consecuencia, somos personas juiciosas y observadoras, huimos de los asuntos difíciles y peligrosos y logramos tener don de gentes, será difícil que nos vaya mal en la vida. Los que reúnan las cualidades reseñadas habrán ido haciendo durante su vida el bien a los demás. Y cuando hagan balance de su existencia comprobarán que han vivido rodeados de afecto, dándolo y recibiéndolo, y respirarán un aire en el que nunca se ahogarán. Porque vivirán el tiempo que les quede envueltos en una atmósfera oxigenada, plena de sentimientos, que acabará por convencerlos de que su modo de actuar mereció la pena, como demuestra el cariño que le profesan quienes comparten su existencia.