Todo empezó en Madrid, en una situación parecida a la de Murcia, el 30 de junio de 2003, con el famoso tamayazo, la repetición de las elecciones en la comunidad y la victoria de Esperanza Aguirre, nuestra Sarah Palin de Malasaña.

Madrid premió a Aguirre y castigó a Simancas, porque los ciudadanos construimos las verdades a nuestro antojo, y por eso Montesinos puede salir a decir que lo de Murcia no es transfuguismo, y unos lo creerán y otros no. Pero sobre todo, aquella elección y su acceso a la presidencia del PP de Madrid en 2004, le generaron un espacio de liderazgo desde el que promovió ese neoliberalismo ramplón que enuncia simplezas como puños como si fuesen tesis doctorales, y que tantos discípulos y discípulas ha tenido, especialmente en Madrid.

Aguirre fue el símbolo de que en política valía todo si se tenía éxito, y también de una forma neopopulista que igual le servía para afirmar “yo destapé la trama Gurtel” que para cantarle cumpleaños feliz a Rubalcaba en medio de una firma de convenios. Su gestión simple y confrontadora, y un estilo de comunicación descarada, directa, que desafiaba la corrección política y la disciplina partidaria, desde el “sentido común”, conectaban a una Grande de España con las aspiraciones de unos madrileños que se sentían postergados por este modelo anticentralista de la España de las autonomías. Aguirre identificó a Madrid con España y radicalizó el discurso liberal e identitario del Partido Popular.

Mariano Rajoy fue incapaz de crear un estilo diferente. Continuamente enrocado en el silencio y en el manejo de los tiempos como única táctica, sometido a los escándalos y enterrado en el monotema catalán, Rajoy no consiguió marcar un rumbo estratégico que frenara la polarización de la derecha y de sus electores.

Quizás, porque tuvo que convivir con el surgimiento de Ciudadanos, un partido catalán que saltó al resto de España con una oferta de regeneración democrática, pero que pronto se dio cuenta de que “la independencia catalana” le daba más rendimientos electorales, especialmente en las grandes ciudades. Y así, la tensión centrífuga de la derecha se hizo mayor, es decir, la derecha española empezó a competir por quien era más de derechas… y ahí, surgió VOX, la extrema derecha auténtica.

El problema ahora es despolarizar la política española, volver a mirar al centro, y esa tarea solo puede hacerla un PP con una estrategia diferente. Nadie puede ya defender que los últimos 15 años de la estrategia del PP fueron buenos, ni siquiera Aznar, con sus resentidas apariciones que tanto daño hicieron a Rajoy y al PP (soy de las que opinan que los expresidentes deberían tener voto de silencio).

Y sin embargo, en una pequeña aldea gala, hay un PP que ha conseguido repetidas mayorías absolutas al viejo estilo popular, compitiendo en el centro, sin dejar de ser de derechas, incluso neoliberal en sus políticas públicas, pero planteando otra forma de relación con las identidades compartidas, con un estilo menos descarnado de comunicación y de relato.

No se trata de vender Génova, se trata de construir otro relato y otra estrategia; pero el PP de Murcia vuelve a ser el PP de Aguirre, y así es imposible. La gran diferencia, es que si Aguirre inició la polarización que dio lugar a la ruptura de la derecha, López Miras puede estar poniendo el punto y final a Ciudadanos, y generando la posible recomposición de ese espacio político.

Ahora, al PP le quedan dos caminos, a saber, correr detrás de VOX para recuperar ese electorado, o mirar al centro y reconstruir la dinámica de la competición. Para lo primero vale Casado, incluso si no se cambia de sede; para lo segundo, tendrán que volver la mirada a esa pequeña aldea gala, a ver si por fin a Feijóo le dan a beber la poción mágica y se decide. Aunque algunos piensen que de pequeño se cayó en la marmita….

*Equipo de Investigaciones Políticas USC