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Ceferino de Blas.

Las esculturas de la fortaleza

Ilustración de la portada del libro sobre el escultor Silvino Silva, de Mercedes Bangueses.

El virus, los confinamientos, los cierres perimetrales y toda la jerga de nombres y siglas que ha generado la pandemia han derivado en una práctica positiva: el reencuentro de la gente con lugares próximos que antes no frecuentaban. Nunca ha habido tantos vigueses en el Castro que se adentran en la fortaleza y la recorren fijándose en detalles en los que no reparaban.

Por ejemplo, las esculturas que hasta ahora vislumbraban como elementos ornamentales sin apreciarlas.

Viene como anillo al dedo el libro sobre el escultor Silvino Silva, de la profesora Mercedes Bangueses, que acaba de editar el Instituto de Estudios Vigueses. S. Silva, el artista vigués del que se cumplen ahora veinte años de su muerte, es el autor que concentra más obras en la fortaleza.

Nada más aproximarse a la entrada, el primer saludo que reciben los visitantes antes de penetrar en el recinto es el de “muller cavilando nas cousas da vida”. Una bellísima escultura que con gesto de humildad acoge a cuantos se detienen un momento a contemplarla. Es de mediano tamaño y se recoge tanto en su meditación que pasa inadvertida para quienes no reparan en los detalles.

Pero a quienes se fijan en su aspecto les transmite una impresión estética y una emoción que cala hondo.

Dentro de la fortaleza aparecen otras dos esculturas que llaman la atención por su sencillez y el cúmulo de ideas que pretende insinuar el autor. Una de ellas es el “Homenaje a los canteros”, colectivo en el que se sintió integrado, que incluye herramientas propias del oficio, otra es “O medrar do mundo”, que amalgama figuras y formas que representan la evolución de la sociedad, con connotaciones gallegas.

Por su simbolismo y el cúmulo de representaciones que se perciben es una escultura que obliga al paseante a pararse e ir contemplando una a una las figuras y símbolos que reproduce hasta la culminación en el mundo actual.

Son las obras más valiosas del entorno con la magnífica escultura de los “marineros portando el escudo de Vigo”, de Camilo Nogueira, que fuera profesor de S. Silva en la Escuela de Artes y Oficios.

Además de otras piezas menores, el conjunto de la fortaleza lo completa el cruceiro, ubicado en un ángulo de la entrada. Sorprende que no sea obra de S. Silva, que decía que había labrado más de cien. No se conoce el autor ni la cronología, pero está catalogado como bien de interés cultural.

Es indudable que a la inmensa mayoría de los visitantes lo que más les interesan son las impresionantes vistas que se otean de la ciudad, los alrededores y, sobre todo, la inmensidad de la bahía. Es tan apabullante el espectáculo al atardecer que quita el sentido, como diría un clásico, y apenas deja tiempo a respirar y fijarse en los elementos artísticos.

Solo si se acude con tiempo y se pasea morosamente aparecen esas esculturas tan cercanas y hogareñas que nadie imaginaría ocupando un espacio en el centro de la ciudad. Están allí porque es su sitio para culminar la clase sobre naturaleza y arte que se va a aprender en la fortaleza del Castro.

Los interesados encontrarán en el libro sobre el “Escultor Silvino Silva. Xamaruas dos arxinas”, de la profesora Mercedes Bangueses, miembro del Instituto de Estudios Vigueses, una clase magistral.

En los años treinta, a punto de estallar la contienda civil, escribía Gerardo Álvarez Limeses que Vigo era una ciudad sin esculturas. Y no le faltaba razón. Estaban las de Méndez Núñez, Elduayen, Curros Enríquez, los monumentos a García Barbón y a los héroes de la Reconquista, y pocas más. Camilo Nogueira y su discípulo Silvino Silva vinieron a rellenar el hueco que percibía el polígrafo pontevedrés y salpicaron de pequeñas y medianas esculturas los jardines de la ciudad. A los nombres de los artistas Agustín Querol, Lorenzo Coullaut, Asorey y González Pola, autores de aquellas obras, se han sumado con otras contemporáneas Oliveira, Leiro, Ramón Conde, Silverio Rivas, Acisclo Manzano, Goyanes, Stembruggen y otros.

Tanto ha cambiado la situación que Vigo tiene catalogadas centenares. Es decir, de una ciudad sin ellas, se ha pasado en unas décadas a una urbe cuajada de monumentos. Es tiempo de ir descubriéndolos. Un buen comienzo es ascender a la fortaleza del Castro y admirar los de S. Silva.

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