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Un Edén de paseos

Existe una pésima leyenda que dice que en Vigo no hay lugares para pasear, por la orografía pina y la escasez de zonas planas en el centro de la ciudad. Pero los efectos de la pandemia han demostrado todo lo contrario. Vigo es un Edén de paseos. Los han descubierto los vigueses en estos meses. Los hay fantásticos de todas las especies: urbanos, marítimos, fluviales, ajardinados, rurales, de montaña.

Ahí están el paseo urbano de las Avenidas, los marítimos de Samil, O Bao, la Etea, la Guía y Bouzas, el fluvial del Lagares, que llaman Senda Azul, la ruta etnográfica de Zamáns, los senderos de montaña del Galiñeiro o el Monte Alba. Y, por supuesto, los dos niveles del Castro. El clásico, alrededor del monte y el nuevo, en torno a la fortaleza. Un paseíllo que no todos conocen, porque es reciente, y merece la pena recorrer.

La pandemia ha avivado la imaginación de la gente y a mucha la ha inducido a buscar caminos por donde pasear con sus distintas características: deportivos, de distracción, estéticos, también sociales, de ver a gente, de cruzarse con ella y saludar.

Ha habido intercambio de opiniones y de experiencias que han dado lugar a descubrimientos de zonas y paisajes o al redescubrimiento de los que hacía mucho tiempo que no se frecuentaban.

Existen preferencias. Unos buscan lugares poblados, donde se esté acompañado porque no se soporta la soledad, y quienes eligen los menos transitados, en los que se escuchan los pájaros y se aprecia la naturaleza más pura. También hay conclusiones. Los que consideran que los mejores paseos son los que sirven para caminar y relajarse, y se conforman con los habituales, sin más ambiciones, y los que indagan lugares nuevos que añadir a la propia agenda.

Pero los mejores de todos son los paseos para aprender, es decir, aquellos recorridos en que los objetos o situaciones que acompañan al paseante son una enseñanza del vivir de la ciudad, desde la historia antigua, como O Bao con su villa romana, a los siglos XVII y XVIII de la fortaleza defensiva de O Castro, en la que aún resuenan los cañones de ingleses y portugueses. O la historia contemporánea de la Etea que sigue a la espera del famoso campus del Mar.

Pero entre el cúmulo de paseos fantásticos, Vigo tiene uno muy especial: el pazo de Castrelos. Es el más vistoso de los paseos de la ciudad y tal vez de Galicia. Reúne la belleza del pazo –capela, pombal e ciprés, pazo es– cuya magnificencia salta a la vista, pero añade la gloria de los jardines: el francés, el inglés y el roseiral, que se complementan con la pradera donde está instalada la balaustrada del pazo de los Núñez, la última vivienda de Concepción Arenal. La balaustrada de la solana fue trasladada a Castrelos después de que el pazo, ubicado en el barrio de Casablanca, fuera demolido, y tras una dura batalla de la prensa de los años cuarenta que impidió que desapareciera completamente la estructura.

Completa el recorrido el bosquete, un espacio lleno de árboles de gran porte, donde anidan aves de todo tipo, desde mirlos a azores. Y en estos días, las pegas.

Hagan el recorrido y vuelvan para descubrir los detalles.

Les comento dos. Al final del jardín inglés encontraran, junto al palomar, un espacio que fue una pista de tenis. Dicen que fue una de las primeras de Galicia, se supone que de la primera década del pasado siglo, a donde venían a jugar los ingleses. También españoles.

Quizá encuentren viguesas que les comenten que por los años veinte sus madres o abuelas iban a jugar al tenis, invitadas por Mariana White, viuda del marqués de Mos y Valladares, que mantuvo el usufructo de la propiedad hasta 1934.

No debería pasarles por alto un detalle simbólico para comprender porqué el pazo de Castrelos es propiedad de Vigo y no privado. Semiescondida en el camino entre la fachada y el jardín francés –tal vez por el intento de robo que sufrió hace algunos años–, se ve una estatua. Es el busto del marqués de Alcedo, que en 1924, “en un rasgo de filantropía digno de su nobleza”, dice el que fue cronista de la ciudad, José Espinosa, lo donó al pueblo de Vigo. El fue quien realizó las obras de embellecimiento del parque.

Casado con la hija de Elduayen, marquesa de Valladares, propietaria del pazo, Fernando Quiñones de León, marqués de Alcedo, sobrevivió a su mujer y a su hijo, heredero del pazo, que falleció en 1918 por la gripe española, y al no tener descendencia pasó a la propiedad de su padre que lo dejó en usufructo a su nuera inglesa, Mariana White.

El marqués de Alcedo era diplomático, y ejerció misiones en destacadas embajadas, como Lisboa y Londres. Falleció en Egipto, en el invierno de 1937.

De los grandes filántropos que ha tenido la ciudad –García Barbón, Policarpo Sanz, Ramón Nieto–, el menos conocido es el marqués de Alcedo, pero la donación del pazo de Castrelos es el regalo más valioso.

Su estatua, que promovió el alcalde Gregorio Espino en 1925, fue encargada al escultor Bonome, y pagada por suscripción popular, en agradecimiento por su generosidad. Los visitantes, en especial los vigueses, debían pararse a saludarlo cuando entren en Castrelos, antes de emprender el recorrido más especial de los paseos de Vigo.

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