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Alberto Barciela

Las responsabilidades diluidas

El filósofo chino Confucio ya advirtió: el buen líder sabe lo que es verdad; el mal líder sabe lo que se vende mejor. Transcurridos 2.500 años, en estos tiempos de cambios, de convulsión y oportunidad, tenemos que recurrir a la reflexión para discernir si nos estamos volviendo locos o simplemente evolucionamos por la senda de la cordura hacia la destrucción de la especie y del planeta.

Muchos esperan que de una crisis sin precedentes surjan espontáneamente las soluciones a muchos de los problemas que como especie hemos creado: contaminación, sobreexplotación del planeta, desigualdad económica y social, desvínculo generacional, comunicación basada en verdades construidas, terrorismo, mafias, narcotráfico, guerras, malos tratos, refugiados, corrupción, consumismo, egos, etc. Las guerras de religión persisten y hay países cuyos sistemas se consideran fallidos. A esa película asistimos como protagonistas principales y en directo, pero le otorgamos un carácter que un portugués calificaría como desimplicado, como si la vida les ocurriese a los otros o en una pantalla.

Los comportamientos antisociales abundan, lo demuestran cada uno de los que transgreden las normas COVID, pero ya antes del virus nuestros hábitats aparecían llenos de ejemplos de deterioro evidentes. Ahora, por añadidura, asistimos a la mayor sarta de desinformación y mentiras de la Historia, que colaboramos a construir mientras algunos acumulan y comercian con datos sobre nuestros gustos y debilidades.

Por fortuna, entre tanta infamia, cada día recibimos la lección ética y moral de miles de profesionales: sanitarios, militares y fuerzas de seguridad, miembros de protección civil, cuidadores de residencias de la tercera edad, jóvenes voluntarios, personal de limpieza, transportistas, gentes del sector agroalimentario, comerciantes, hosteleros, profesores, estudiantes, comunicadores, religiosos, funcionarios, incluso gobernantes ejemplares y ciudadanos anónimos que nos demuestran que otro mundo mejor es posible, un mundo basado en el esfuerzo, el afán de superación, los valores democráticos, los derechos y deberes de los ciudadanos, en fin, en lo esencialmente convenido, en la educación y en la legalidad, en el respeto al otro y en la libertad.

Es cierto, alguien está jugando con nosotros, lo hace con las cartas marcadas. Su terreno de juego es el tablero mundial y ámbitos inaccesibles para quienes vivíamos casi felices en nuestros pueblos y ciudades, sabedores de muchos aspectos que deberíamos resolver, pero también con sobradas cosas que disfrutar, que compartir con nuestros amigos y vecinos un martes de lluvias o un fin de semana de sol espléndido. Ahora, enmascarillados, echamos de menos lo que considerábamos normal, cotidiano, lo esencial que suele coincidir con lo sencillo, lo que en verdad nunca debió verse alterado del todo.

Los chinos dicen que si tu problema tiene solución, no te preocupes, y que si no la tiene, no te preocupes. Doce meses nos han bastado para alterar tres mil años de sabiduría, pues cuando vuelva esa llamada nueva normalidad hay que preocuparse y mucho por recomponer, pieza a pieza, con sentido común y respeto, un puzle en el que cada elemento ha de encajar con precisión. Tiene que ser así si queremos sobrevivir en sociedad en este planeta bello y azul. La salvación de la actual civilización no la encontraremos en Marte. Es más sencillo, el viaje hacia una sociedad mejor empieza en nosotros, en nuestro entorno.

El genial Julio Camba decía que “los sombreros, aunque parezca otra cosa, no son para que uno se los ponga, sino más bien para que se los quite”. Pensemos que un día no muy lejano lo mismo podremos decir de las mascarillas. Entonces, toda esta pesadilla habrá pasado como una gran lección. Hay que aprenderla.

Seamos prudentes en esta etapa y cuidemos cada entorno familiar y social, a los mayores y jóvenes muy especialmente. No pensemos en lo que los demás pueden hacer por nosotros sino en lo que nosotros podemos hacer por los demás. Eso nos hará felices. Salud, responsabilidad y suerte. De la verdad política ya habrá tiempo de encargarse, de momento las responsabilidades permanecen diluidas en una crisis general y caótica, entre mentiras construidas, como vacunas metafóricas para ingenuos.

*Periodista

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