Como seguramente sabrán, en el diccionario de la RAE la primera acepción de la palabra “gafe” es “dicho de una persona: que trae mala suerte”. Suele sostenerse que decir de alguien que trae mala suerte carece de base científica. Puede ser, pero si, como dice el refrán “cuando el río suena agua lleva”, la superstición de que hay personas gafes alguna certeza debe tener cuando está tan arraigada en la sociedad.

Escribió Ernesto Díaz el 14 de octubre de 2019 en “Quonumy” que “el gafe es esa persona que atrae todo tipo de desgracias para sí mismo y para los demás, son los cenizos, los aguafiestas, aquellos en los que en su presencia todo parece salir mal”. Y recuerda que el término gafe procede del árabe, donde se usaba para referirse a los que padecían gafedad, es decir, lepra.

Ya con fecha de 3 de mayo de 2020 el profesor José Ramón Pin Arboledas escribió en “El Español” un artículo titulado “Peligro Sr. Sánchez: ¡hay gafes en el Gobierno!”, en el que ya entonces sostenía que alguno o algunos de los ministros del Gobierno de Sánchez era gafe, porque la pandemia de la COVID-19 a poco de empezar a gobernar “había sido mala suerte cuando se las prometía tan felices al inicio de la legislatura”. Añadía el citado profesor que en el tratamiento de la pandemia de la COVID-19 había habido gafes, porque éramos: a) el primer país en muertes por millón de habitantes; b) las compras de material sanitario fueron un fiasco en muchos casos; c) hasta Turquía nos requisó temporalmente respiradores; d) las concentraciones humanas de los primeros días de marzo (día internacional de la mujer) aceleraron la contaminación; e) las comparecencias del Gobierno, incluidas las de Pedro Sánchez, fueron pesadísimas, con tufo a propaganda y lapsus continuos; f) hubo que quitar a los uniformados de las mismas; o g) que las estadísticas de la OMS parecieran trucadas como las del ranking de test, que el gobierno achacó a un error.

Pero la mala suerte del que cabría denominar “gafe escondido” no se limitó a la primera ola de la pandemia durante el primer trimestre de 2020. Poco después de la desescalada del confinamiento, se inició, a primeros de octubre, una segunda ola de contagios que agravó los efectos sanitarios de la pandemia; y, por si lo anterior no fuera poco, actualmente estamos ya en una tercera ola en la que el virus no acaba de ser vencido, y sigue habiendo un número muy elevado de contagios y de muertos por la COVID-19.

Además de los efectos sanitarios de la pandemia, advertía Pin Arboledas que pronto comenzarían a sentirse sus graves efectos económicos. Y, en efecto, un Informe del Gobernador del Banco de España, de 1 de julio de 2020, decía, entre otras cosas, que: 1.– El PIB de la economía española sufrió la mayor contracción intertrimestral de su historia, hasta ese momento, primer trimestre de 2020 (-5,2%) y que la caída en el segundo trimestre sería sensiblemente más intensa. 2.– El impacto de esta crisis sobre el empleo estaba siendo particularmente acusado. Hubo una fuerte reducción de la afiliación a la Seguridad Social (de 752.000 personas entre mediados de marzo y finales de mayo), una utilización masiva de Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) y cese temporal de actividad de autónomos (3 y 1,4 millones, a finales de mayo, respectivamente). 3.– La mayor parte del ajuste estaba recayendo sobre los trabajadores temporales. Y 4.– La incidencia por sectores era muy heterogénea, siendo la más negativa en los servicios que en manufacturas.

Pero con ser grave y preocupante lo que antecede, estos días, recién cumplido el primer aniversario del actual Gobierno de coalición, estando todavía en plena pandemia y sin que la población notara aún los graves efectos económicos de la misma, han ocurrido otros dos sucesos catastróficos que han venido a completar, no la mala, sino la pésima suerte que el gafe escondido está contagiando a este gobierno.

Así, en fecha muy reciente España fue azotada por una borrasca muy profunda, denominada Filomena, que produjo un temporal de viento y lluvias, fuertes oleajes en la costa, y, sobre todo, unas nevadas copiosas en amplias zonas del interior peninsular en cotas relativamente bajas que ya se habla de la “nevada del siglo”. Pero las cosas no quedaron ahí. Y es que dicho temporal de nieve que, cubrió de blanco casi toda España, fue seguido a partir del día once de este mes por una ola de frío que agravó los efectos de la nieve caída al convertirla en hielo. Esta ola de frío, con las temperaturas más bajas de los últimos veinte años (con muchas provincias a –15º C, y más de once declaradas en alerta roja) obligó a cerrar más de quinientas carreteras del interior y más de treinta de la red principal. Y al igual que lo que sucedió con la pandemia, la borrasca Filomena y la subsiguiente ola de frío han provocado unos efectos económicos desastrosos, que han venido a añadirse a los específicos que están planeando del coronavirus.

Todo eso sucedió –insisto– en el primer año del actual Gobierno de coalición, el cual tomó posesión el 13 de enero de 2020. Pues bien, creo que no exagero si digo que ningún gobierno del actual período democrático soportó en tan corto período de tiempo tantos acontecimientos calamitosos, incluidos fenómenos atmosféricos nunca vistos.

Por eso no es descabellado hablar de que en el gobierno actual hay uno o más “gafes escondidos”. Si se entretienen en descubrir quién puede ser, cada uno nominará al suyo. Por mi parte, y visto que afecta a un gobierno totalmente novedoso, el gobierno de coalición, creo que el gafe o los gafes tienen que estar escondidos en la formación política que nunca formó parte del Gobierno de España. Piénsenlo.