El novelista Viet Thanh Nguyen se preguntaba estos días en el “Times” qué será de la literatura en Estados Unidos una vez Trump abandone la Casa Blanca, cuando los escritores ya no tengan una causa concreta por la que luchar y regresen a sus apacibles vidas dando por hecho que la democracia ya ha sido salvada. El autor de El simpatizante se refería, sobre todo, a los autores blancos, pues, a su juicio, las minorías raciales y otros grupos tradicionalmente marginados siempre han exhibido más compromiso político en sus ficciones, abordando temas como el racismo, el colonialismo o la discriminación sexual, al hablar con la autoridad moral de la víctima que descubre al mundo el rostro de su opresor, ya sea este un individuo, una nación o un imperio. Sucede que, en estos casos, “la causa” no es una opción ideológica elegida sino que viene impuesta por la biografía y la identidad, indisociables ambas de la imaginación literaria.

Según esta teoría, Trump concedió a los literatos progresistas estadounidenses la oportunidad de resarcirse en el activismo, creando su propia “resistencia” contra un líder extravagante que amenazaba con debilitar a la república hasta que no la reconocieran ni los padres que la fundaron. Desde la separación de las familias en la frontera hasta la muerte de George Floyd, los acontecimientos exigían una respuesta clara por parte de la gente que piensa. De ese modo, el presidente saliente, con su mediática omnipresencia y su verborrea tuitera, provocó una politización masiva en el mundo de las artes y las letras, de la que no se libró ni Robert De Niro, quien, en una entrevista, además de corroborar la repulsión que siente hacia Donald Trump, confesó no hacer otra cosa más que consumir información de manera compulsiva por lo mucho que le preocupaba el estado de su país. Sin embargo, el propio actor neoyorquino reconocía también que su mayor anhelo era “volver a la normalidad”, entendiéndose esta como una derrota del líder republicano, sin mostrar mucho interés por lo que viniera después de que Biden asumiera la presidencia.

Conviene recordar la guerra de Vietnam. En aquel entonces Norman Mailer no solo escribía contra la política exterior de Estados Unidos sino que lideraba las manifestaciones para denunciarla. Cuando finalizó el conflicto, además de las armas, se enterraron también algunas plumas. Tras los turbulentos años del Watergate, el país también demandaba un “regreso a la normalidad”. Gerald Ford, después de indultar a Nixon, decía que “la pesadilla” había terminado. Menos de una década después, Ronald Reagan, en la efervescencia de la Guerra Fría, se convertiría en presidente ejerciendo de happy warrior. La salida de Donald Trump no tiene por qué suponer tampoco una desaparición del movimiento que el cuadragésimo quinto presidente representa. Todo dependerá, precisamente, de lo que se haga a partir de ahora, cuando se celebre el más determinante de los plebiscitos: el de la Historia.

Veamos otro ejemplo un poco más lejano en el tiempo. Durante la presidencia de James Monroe (1817-1825), el país parecía estar unido bajo una misma formación política, la de los entonces llamados demócratas-republicanos (el Partido Federalista había desaparecido). Se supone que así concluía la política partidista, que solo generaba división y agrios conflictos, en nombre del bien común y del consenso. A este periodo se le denominó la “era de las buenas sensaciones”. Ahora sabemos, sin embargo, que existían profundas divisiones entre los demócratas-republicanos y que, pocos años más tarde, con la aparición en escena de Andrew Jackson, surgieron otras divisiones todavía más acentuadas que generaron una auténtica refundación, tanto del sistema de partidos como de la misma república. De ahí que algunos historiadores interpreten el nombre de aquel periodo desde la ironía. De la calma institucional se pasó a la tormenta ideológica. Hay que tener cuidado con las buenas sensaciones. Y vivir (y escribir), como nos ha enseñado este 2020, sabiendo que tanto nuestros tiempos como los de nuestros antepasados, en realidad, nunca son “normales”.