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Fernando Granda

La otra Navidad tradicional

Las numerosas personas que otros años ya no celebraban las fiestas en familia

La médico, la enfermera, el celador, la fisioterapeuta, el oficial de recepción, la señora de la limpieza, el agente de seguridad, el conductor de ambulancia, la camillera, la gobernanta, la auxiliar de enfermería de guardia y el de urgencias celebran la Nochebuena en el hospital. Sin hijos, padres, hermanos, cuñados, yernos, nueras que brinden con ellas/os con champán o sidra. Todos intentan imaginarse que están en Belén y se acompañan unos a otros. La solidaridad hace afecto, hace familia. Es la otra Navidad tradicional.

El transportista de frutas y verduras por lejanas carreteras continentales busca algún garito para tomar un plato entre gente completamente ajena, la panadera hace un alto en el amasado y comienza a desmenuzar el pollo que ha asado en el horno aprovechando su encendido, el conductor de autobús saca su bocadillo en un descanso en la parada término, la taxista abre su tarterita mientras espera en la parada a la llegada de algún cliente, el vigilante de la obra se acerca a la estufa para calentar su fiambrera con el estofado de pavo que ha traído de casa, el policía municipal de tráfico se arrima a un rincón del cruce de calles para comerse un trozo de turrón mientras suenan las doce en un reloj de un cercano convento. Todos celebran la festividad como pueden.

Un vigilante minero cena dentro de su chamizo junto a la bocamina, el empleado de continuidad de la emisora toma su copita de anís entre programa y programa, los del turno de noche de la torre de control del aeropuerto cenan en comandita a la vista de su galería acristalada, en la acería de la siderúrgica abren la cajita de mazapanes mientras vigilan la estabilidad de un horno que han de mantener encendido, el pastor en la alta montaña da cuenta de unas gachas con uvas rodeado de sus perros y ovejas.

Así es esa noche como otras muchas, quizá más entrañable con algún menú especial. En la bodega del barco unos pescadores brindan con ribeiro, con sidra o con moriles lejos de su puerto armador, los periodistas de guardia del digital o los enviados especiales hacen un alto en el trabajo para conectar con la familia que cena en casa con abuelos y allegados. Supongo que me olvidaré de muchos profesionales (bomberos, militares en misiones especiales…) que ni pueden coger vacaciones cuando quieren ni pueden desplazarse a su lugar familiar. Los hay que podrán hablar por videoconferencia con su familia. Pero los habrá que ni así, en este mundo global plagado de conflictos, guerras, hambrunas, incomprensibles rivalidades políticas, en este planeta poblado de aparatos neotecnológicos. Para muchas personas es difícil o imposible comunicarse con sus seres queridos. Pero todos celebran una Navidad que este año, por motivos de la invasión vírica, en ciertos círculos les parece especial.

Sin pandemia o con pandemia, muchos la celebran tan precariamente cada año. (Los anuncios de fechas para las primeras vacunaciones y su comienzo en países fuera de la Unión Europea, los comentarios en distintas tertulias audiovisuales, las opiniones de expertos y científicos sobre la evolución de la pandemia, los llamamientos a las restricciones de movilidad, algunas muestras de irresponsabilidades en distintos lugares de la geografía nacional, diferentes valoraciones sobre reuniones familiares y el número de participantes en las mismas, diversos augurios y amenazas de la llegada de una tercera ola… a numerosas personas la discusión sobre las medidas a tomar respecto a las celebraciones navideñas puede que no les afecten específicamente este año porque llevan tiempo con unas limitaciones difíciles de paliar).

Los científicos manifiestan que es mejor prevenirnos y un año sin concentración familiar puede librarnos de una oleada más grave.

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