En el diario ABC del domingo 11 de octubre se publicó un interesante reportaje de Pardo Porto y García Calero, titulado “No callarás: cuando la libertad del escritor levanta ampollas”, en el que cuatro novelistas de reconocido prestigio, Fernando Aramburu, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte y Javier Cercas reflexionaban sobre lo que supone escribir sobre un tema vidrioso. A la vista de lo escrito en sus últimas novelas por los mencionados novelistas, los periodistas firmantes del artículo sostienen que la libertad con la que han escrito sus novelas “va a molestar a muchos o a casi todos”.

Lo interesante del artículo es que los cuatro novelistas, tras reconocer que sus últimas publicaciones pueden haber ocasionado disgustos, hablan en general de lo que supone escribir novelas y del grado de compromiso que se asume al crear ficción sobre temas políticamente problemáticos. De un modo más o menos explícito los cuatro coinciden en tres puntos, a saber: el escritor no puede ser un militante, un propagandista, porque entonces no prevalecería la literatura, sino la política; al escribir hay que ofrecer las verdades particulares del autor (Pérez-Reverte dice que “caza solo”); y, finalmente, denuncian que hay un recrudecimiento de las ideologías, que hace que el adversario pase a ser el enemigo, “el duelo a garrotazos de toda la vida” (dice Javier Cercas).

Comparto enteramente estas tres reflexiones. Pero me surgen, al menos, las dos preguntas siguientes: ¿quiénes son los que se van a sentir molestos por las nuevas novelas de los mencionados autores, los lectores u otros? Y ¿a qué se debe que estas nuevas novelas y no otras anteriores de los citados autores levanten ampollas?

Las respuestas a estas cuestiones aconsejan detenerse brevemente sobre la función de la novela. Sobre este punto, recuerda Vargas Llosa, citando a Sartre, que en su juventud “la función de la literatura era participar en el debate público, señalando aquello qué andaba mal en su sociedad”. Y algo parecido sostiene Pérez-Reverte cuando dice que a su edad levantar esas polémicas le divierte, pero que “si eres alguien de treinta años, te juegas el futuro”.

Pues bien, estas dos opiniones permiten responder a la primera pregunta. Desde siempre el relato “oficial” de los acontecimientos políticos lo dictaba la izquierda que era la que señalaba lo que estaba socialmente mal y cuál era la versión con la que tenía que comprometerse el escritor. De tal modo que solo era “buen” escritor el que no contradecía la visión unitaria de la literatura militante.

Esto no es lo que han hecho los cuatro grandes escritores del reportaje, en cuyas últimas novelas ofrecen versiones escritas con independencia y sin responder a los dictados oficiales de la izquierda. Por eso, los periodistas autores del reportaje dicen que “van a molestar a muchos o a casi todos”, y añado yo, pero no de los lectores, sino de “los guardianes de la ortodoxia” de la izquierda intransigente.

En efecto, las novelas de Aramburu, Pérez-Reverte y Cercas (Vargas Llosa ya lo viene haciendo desde hace más tiempo) no siguen la línea “oficial” porque los buenos ya no son los de izquierdas y los malos los de derechas. Como dice Aramburu “no quería reducir a un personaje a un recipiente con una idea: el malo, el bueno, el izquierdista, el facha, etcétera”. Y es que –añade- “la experiencia enseña que un individuo puede acometer una atrocidad por la mañana, por la tarde pasear con el perro y por la noche besar en la frente a su madre”. Opinión que comparte Pérez-Reverte cuando afirma que “el ser humano es también admirable, aunque sea despreciable y a veces ambas cosas en el mismo día”.

De lo que parecen quejarse los cuatro novelistas es que actualmente ser independiente tiene graves consecuencias. Pérez-Reverte dice que “ahora te silencian, te proscriben, te apartan, te cancelan. Borran tu memoria. Te linchan. La muerte es social”. A pesar de lo cual, como dice Cercas “un escritor que no corre riesgos no es un escritor, es un escribano. Un escritor tiene que ir a fondo, a matar, como el torero. Si tú escribes una novela sobre la Guerra Civil y nadie te insulta es que la novela no es buena.”

La segunda cuestión planteada exige que nos detengamos en qué es lo que no admiten los “guardianes de la verdad oficial”, esos que, como dice Pérez-Reverte, “tienen la verdad sentada en el hombro, los que plantean un mundo cerrado y hermético, en blanco y negro”. Según dicen dichos novelistas, lo que no les perdonan es que se hayan atrevido a ofrecer otras versiones. Lo señala también Pérez-Reverte: “Como si fuera imposible que una persona evolucione, cambie”. Y agrega “¡si yo con 69 años tengo ahora más dudas que a los veinte! Cuanto más conocimiento tienes más dudas se plantean”.

Llegados a este punto las preguntas son ¿hay que seguir permitiendo que los “guardianes de la verdad oficial” impongan su versión so pena de que el escritor “díscolo” resulte silenciado? ¿O debemos apostar, por el contrario, por una literatura independiente aún a riesgo de que te silencien, te proscriban, te linchen o te “maten socialmente” como dice Pérez-Reverte? Yo no tengo ninguna duda, mi compromiso es con la independencia que es en lo que se sustenta la libertad.